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Como cada viernes, en la casa del abuelo, mis amigos y yo nos reuníamos para escuchar los cuentos del abuelo. Él era escritor, y escribía cada vez que le daba tiempo para posteriormente contarnos sus historias y pasar un rato ameno con la familia. La abuela preparaba suculentas botanitas y bebidas refrescantes. Nos acomodábamos en un mueble justo enfrente de una ventana que daba vista al enorme bosque.

-Qué bueno que vinieron muchos de tus amigos, Andrew, creo que esta noche será espectacular a tener a tantos asistentes en casa. Decía con alegría el abuelo.

-Como todos saben, siempre he escrito sobre el bosque, sus árboles, los animalitos que lo habitan y también de los personajes que han sido mi inspiración desde niño. Los gnomos o duendes.

Todos nos quedamos viendo a mi abuelo, mientras el sonido de los chicharrones creaba sonidos divertidos, aquello parecía una sinfonía.

-Abuelo, ya no nos hagas esperar, ya cuéntanos lo que escribiste, decía Manuel, el mayor de nuestros amigos.

-Está bien, está bien, ahora se los contaré.

De un maletín descolorido, el abuelo sacó una libreta, la empezó a hojear hasta dar con su texto.

-Pongan atención, que no voy a estar repitiendo, además se le pierde el sabor a la lectura. Decía el abuelo mientras se acomodaba sus lentes.

“En ese bosque que ven justo enfrente de nuestra casa, existieron, hace muchos años, una comunidad de gnomos. Pocas gentes sabían de su existencia, ya que no todos tenían la dicha de poderlos ver. Su líder era un gnomo regordete, con las mejillas coloradas como las manzanas, los ojos brillantes como dos canicas, y una nariz como un hueso de aguacate. Su vestimenta era de color rojo con morado, y en sus pequeñas manos, dos guantes azules. Debido a su sabiduría y conocimiento era el que dictaba las leyes y trataba que todo estuviera en orden en su diminuta aldea.

Cada ley que promulgaba convocaba a una reunión para que estuvieran de acuerdo, ya que a él no le gustaban las discusiones.

Sin embargo, entre ellos vivía un gnomo llamado Glomby, cuyo corazón estaba nublado por la codicia y la envidia. A diferencia de sus hermanos y hermanas, Glomby ansiaba tener más riqueza y renombre. Pasaba horas en su madriguera, ideando planes para adueñarse del tesoro familiar y ganar la admiración de todos. ¡Todo le molestaba!, y lo peor, que envidiaba hasta el aire que respiraban sus amigos. Glomby era flaco, tenía cuerpo de hongo, y su gorro semejaba una flama como de cerillo, además sus ojos eran pequeñas rendijas que no se veía si estaba despierto o dormido.

Un día, mientras los demás gnomos estaban ocupados celebrando la llegada de la primavera, Glomby decidió poner su malvado plan en acción. Sigilosamente, se deslizó hacia la sala donde guardaban un cofre lleno de monedas, piedras preciosas y objetos de oro y, con dedos temblorosos, comenzó a cargar sus bolsillos con las gemas y monedas centelleantes. Su corazón latía rápido por la emoción, pero también estaba lleno de culpa. Sabía que lo que estaba haciendo iba en contra de las leyes de los gnomos.

Con el botín en su poder, Glomby regresó a su madriguera y comenzó a admirar su tesoro recién adquirido. Se sentía poderoso, creía que al obtener las joyas los demás lo iban a alabar y lo nombrarían jefe de la comunidad. Sin embargo, cuanto más miraba las gemas brillantes, más oscuro se volvía su corazón. Recordaba las risas y los momentos compartidos con su familia en torno al cofre, y la tristeza comenzaba a abrumarlo. ¿De qué le serviría tener cosas materiales si iba a perder la amistad de los suyos?

Las noches pasaron, pero Glomby no podía encontrar la paz, y mucho menos ser feliz. El peso de su culpa y el recuerdo de las sonrisas de su familia lo atormentaban. Finalmente, no pudo soportarlo más. Reunió valor y regresó el tesoro a su lugar de origen, junto con una carta explicando su error y su arrepentimiento.

Con el corazón lleno de determinación, Glomby volvió al salón del tesoro en la oscuridad de la noche. Colocó cuidadosamente cada gema y moneda en su lugar original y dejó la carta sobre el cofre. Las lágrimas caían por sus mejillas mientras se alejaba de la habitación, sintiendo una mezcla de alivio y tristeza.

Al día siguiente, cuando los demás gnomos descubrieron el tesoro restaurado y leyeron la carta de Glomby, sus corazones se llenaron de comprensión y perdón. El gran gnomo convocó a una reunión en donde explicó los pormenores de la situación, Se dio cuenta de que el arrepentimiento genuino de Glomby y su valiente acto de devolver lo que había tomado eran más valiosos que cualquier tesoro. Todos votaron para que se le diera una nueva oportunidad de hacer el bien.

A medida que los días pasaron, Glomby se esforzó por enmendar sus acciones. Ayudó a su familia en la recolección y cuidado de las plantas, y se encontró con su lealtad y amor inquebrantable. Con el tiempo, su corazón se llenó de luz y alegría, y se convirtió en un miembro respetado y querido de la comunidad de gnomos.

La historia de Glomby se convirtió en una lección de humildad y perdón, recordándoles a todos que incluso en los momentos más oscuros, el arrepentimiento y la rectitud pueden iluminar el camino hacia la redención. Y así, el bosque siguió siendo un lugar mágico donde la unidad y la bondad florecían, gracias a un pequeño gnomo que aprendió que el verdadero tesoro residía en el corazón.

-Bueno, muchachos, espero que les haya gustado este cuento. Decía un cansado abuelo que entre bostezos se despedía de los chamacos.

¡Era hora de que regresaran a sus hogares!

Edgar Landa Hernández.

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