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La charla surgió en esas pláticas de sobre mesa.  Mientras los pequeños insistían que ya sirvieran el postre, los mayores comentaban acerca de las acciones de los vecinos. Después de tratar de contener al enjambre de chamacos, servían el anhelado manjar para así ellos poder charlar a sus anchas. Doña Remedios, que era fina para el chisme, así como don Nicomedes, comentaban acerca de las acciones de un tal Régulo, un personaje en la colonia que se dio a conocer por su alcoholismo y la irresponsabilidad con su familia.

Don Régulo era conocido por todos como un hombre amable y cariñoso, hacía labores sociales como socorrista de la cruz roja, pero ocultaba un oscuro secreto en su corazón. Estaba casado con una mujer llamada Elena, una mujer de belleza y bondad excepcionales. Su amor parecía inquebrantable, pero las sombras del engaño comenzaron a acechar.

Don Régulo se dejó llevar por la tentación y cayó en los brazos de otra mujer. Aunado a la irresponsabilidad en la bebida hacía que su familia le recriminara su accionar y por supuesto, el gasto escaseaba y cuando lo daba era a cuenta gotas, El amorío de don Régulo duró casi 25 años, tiempo en el cual abandonó a su verdadera familia para formar otra, con aquella mujer, que ya tenía hijos mayores. Pero dejó una marca profunda en su relación con Elena.

 Ella, con su intuición aguda, empezó a notar los cambios en su marido. Las miradas perdidas y las excusas falsas no pasaron desapercibidas para ella. A pesar de su dolor, Elena amaba a Régulo con todo su ser y decidió confrontarlo. Él estaba reacio a regresar con ella, pues decía que había encontrado a su verdadero amor. Régulo decidió continuar con la otra, tal como le llamaba su familia.

La confesión fue devastadora. El corazón de Elena se rompió en mil pedazos, pero su amor era más grande que su dolor.  El tiempo cumplió su cometido, la ahora nueva esposa de don Régulo había envejecido así como él, y ya no era más aquella bella mujer que alguna vez lo cautivó, ahora las constantes citas con los médicos, las enfermedades se posaron en aquella mujer que poco a poco veía que Régulo, no la amaba, y se marchó de su lado. Y eso se reflejaba en su estado anímico, a tal grado de necesitar quien la bañara y la cuidara.

Fue entonces que Don Régulo regresó a su antiguo hogar, derrotado, sin tener ahora a donde ir, decidió hablar con Elena, y mostrarle su arrepentimiento. ¡Quería una nueva oportunidad!

Elena lo seguía amando como el primer día que lo conoció y decidieron darse una oportunidad para sanar las heridas y reconstruir lo que habían perdido. Don Régulo se comprometió a cambiar, a luchar por el amor que compartían.

Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses, y Régulo demostró con sus acciones que estaba dispuesto a enmendar sus errores. La confianza de Elena comenzó a crecer lentamente, como una delicada planta que emerge después de un largo invierno. El amor que compartían parecía estar recuperándose, pero el destino tenía otros planos.

Un día, cuando el sol se ponía en la ciudad, Elena comenzó a sentirse débil. Los médicos confirmaron sus peores temores: estaba enferma, y ​​ la enfermedad avanzaba rápidamente. La diabetes le había quitado la vista, así como una caída hicieron que Elena fuera intervenida quirúrgicamente, ya que su cadera estaba rota. Régulo se convirtió en su apoyo inquebrantable durante esos tiempos oscuros. Pasaron días y noches juntos, registrando los momentos felices y aferrándose al amor que habían reconstruido.

A medida que el tiempo pasaba, la salud de Elena empeoraba. Y él nunca la dejaba sola, cuidándola con ternura y amor. Pero finalmente, llegó el día en que Elena cerró sus ojos por última vez. Régulo se sintió como si le hubieran arrancado el corazón. La mujer que había perdonado su traición, que había amado a pesar de todo, se había ido.

Los vecinos del barrio lloraron la pérdida de Elena, recordando su dulzura y bondad. Pero Régulo se encontró solo en su dolor. Aquellos que una vez lo conocieron como un hombre amable ahora lo veían con desconfianza y rechazo, recordando su traición pasada. No había nadie a quien recurrir, nadie dispuesto a brindarle consuelo. ¡Ni aun sus hijos!

Régulo pasó sus días en soledad, atormentado por sus errores pasados ​​y la pérdida de su amada Elena. Aprendió la lección más dura de todas: el arrepentimiento no siempre trae redención. Aunque trató de enmendar sus acciones, las consecuencias de sus decisiones lo persiguieron hasta el final de sus días. Y así, el hombre que una vez engañó a su esposa y luego luchó por su amor, quedó atrapado en un ciclo de soledad y remordimiento, una triste figura en la historia de aquel barrio que lo conoció.

Edgar Landa Hernández.

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