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El encuentro pactado para esa tarde sucedió en un fino restaurante de la ciudad de Guadalajara. Una joven se encontraba sentada en un banco de madera en una mesa del rincón, alejada de las miradas curiosas. Llevaba un vestido ajustado color gris con fino encaje que le llegaba a las rodillas; había decidido usar el cabello suelto, sabía que eso hacía sus facciones más finas y lucía más atractiva y el labial en tono mate que usaba hacía que su boca luciera bastante apetecible. 

Solo habían pasado quince minutos desde que llegó al restaurante a la mesa a nombre del Ingeniero Álvaro Gómez y sentía unas enormes ganas de salir corriendo del lugar antes de que se presentará aquel hombre, pero recordar la situación en la que se encontraba la obligó a quedarse. 

Después de un par de minutos y con los nervios a flor de piel, por fin se presentó aquel hombre que pasaba los setenta años y con tono autoritario ordenó al mesero un par de whiskis en las rocas sin tener la menor consideración a los deseos de la joven.

– Sofía, me alegró tanto recibir tu mensaje. Después de que no regresaste al trabajo pensé que ya nunca te volvería a ver, – dijo el hombre con una enorme confianza en su voz, haciendo que la veinteañera se encogiera en su asiento y poniéndola más nerviosa de lo que ya estaba.

Le repugnaba la idea de que aquel hombre que se regodeaba de su título de ingeniero, gozará el hecho de que hubiera tenido que recurrir a él por ayuda. Llevaba cuatro meses sin trabajo y sin obtener ninguna clase de ingreso.  Tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no salir de ese horrible restaurante de ricachones donde ella sabía que más de una chica había tenido que hacer alguna clase de pacto como el que ella planeaba. Inspiro con calma y con la voz más acaramelada que pudo se apresuró a contestar:

– Me tomaste por sorpresa aquella vez, pero aquí estamos ahora y es momento de disfrutar. – Con una actitud coqueta sacó el maquillaje de su bolsa y se retocó frente a él para luego lanzarle una mueca seductora. Sentía el estómago revuelto, por lo que se limitó a observar comer al ingeniero y a beber un whisky tras otro, creyendo que estando lo suficientemente ebria no se sentiría tan mal por lo que pasaría después de la comida.

Cuando salieron del restaurante, ella estaba lo suficientemente sobria para caminar.

Del cielo caían enormes gotas de agua, con las que pudo ocultar Sofía sus lágrimas que no por más que lo intentó no pudo contener, pero ahogo los sollozos. El chico del valet parking les trajo el auto del Ingeniero y se dirigieron a toda prisa dentro de el para evitar la tormenta. A Sofía le parecía que el hombre setentón lucía una arrogancia enfermiza, así que una vez que empezaron a andar el trayecto fue en silencio, ella incómoda en su asiento mirando a través de la ventana las gotas caer del cielo y él tocando morbosamente la pierna de la joven de vez en cuando

El viaje duró poco, fue media hora que Sofía hubiera querido prolongar a pesar de los toqueteos del viejo, pero para su infortunio llegaron al motel donde concluirían el acuerdo.

Lo primero que hicieron al llegar a la habitación fue ordenar más alcohol. Sofía se sentó en uno de los sofás que había en la habitación y sacó un cigarrillo de su bolso. El ingeniero Álvaro se sentó en la orilla de la cama viendo fijamente como caía la cenicilla del cigarro que empezó a fumar la joven quien al percatarse de la mirada inquieta del hombre lo apagó y se sentó en su regazo. Tomó sus manos y con ellas empezó a recorrer su cuerpo para luego besarlo lentamente. Se fueron deshaciendo de la ropa y poco a poco, con la valentía que le daba el alcohol en su cuerpo quedó desnuda ante él y pudo soportar la imagen de aquel cuerpo acabado, gordo y desfigurado de un hombre que está más cerca de la muerte que de la vida. 

El cuerpo de Sofía, con una firmeza impactante que solo la juventud te da, contrastaba con el del viejo, lucía como una estatua tallada por los griegos. Tuvieron sexo, Álvaro gemía constantemente del placer, mientras Sofía aguantaba las náuseas y los sollozos que este acto le provocaba. Cuando la escena terminó tomaron un baño juntos y él volvió a hacerla suya.

Al salir de la ducha, el hombre le dedico una mirada de superioridad, como si hubiera sido el mejor sexo que fuera a tener la joven en su vida y debiera sentirse agradecida por eso. Se acerco a su pantalón y sacó su billetera y le arrojó al piso los mil pesos que le había prometido para luego irse a la cama, donde por el alcohol y el cansancio se quedó dormido. Sofía aprovecho ese momento para escabullirse de la habitación.

Caminaba con impotencia y sintiéndose derrotada sin rumbo aparente, cuando sin darse cuenta se encontraba frente al edificio donde había ido con la esperanza de trabajar y en cambio había encontrado a un hombre que se aprovechó de su vulnerabilidad.

No había nadie en la recepción así que se apresuró a subir a la oficina número nueve. Aún contaba con la llave que le había dado Álvaro en el primer y único día que estuvo en esa oficina. Abrió la puerta y cegada por la furia comenzó a destruir todo lo que encontraba en ese horrible lugar que dio marcha a esa lúgubre noche. Cuando ya todos los papeles estaban esparcidos por el suelo y las máquinas y muebles deshechos con la fuerza conferida por la injusticia en la que se veía envuelta, se marcho del lugar sin molestarse en cerrar la puerta.

Se dirigió al templo más cercano a escuchar una celebración católica a la que no encontraba sentido, esperando sentir tranquilidad con las palabras del sacerdote, pero no funcionó, además ni siquiera era creyente solamente quería sentir consuelo. Nunca se había sentido tan humillada y vacía. Tuvo que tener sexo con aquel hombre para poder comer, y a pesar de que no había robado el dinero, se lamentó haberlo ganado así. Le causaba mucha impotencia y enojo que, aprovechándose de su necesidad habían comprado su cuerpo sin reservas, quería vengarse, pero sabía que lo mejor que podía hacer era alejarse y tratar de olvidar lo sucedido.

Mientras se dirigía a su apartamento repasaba en su cabeza lo sucedido ese día y aunque se decía que lo peor ya había pasado, en el fondo sabía que no se iba a recuperar tan fácilmente de lo vivido. Era orgullosa y rencorosa y lo que esa noche tuvo que hacer para ganarse el pan le quemaba en el pecho, como un incendio que no pueden controlar por más que se esfuerzan. Trataba de encaminar sus pensamientos en otra dirección, pero la mente es cruel cuando quieres olvidar algo que deja una huella imborrable en el alma.

Al llegar a su casa encendió la cafetera y se preparó una taza de café para tratar de consolarse, pues solía creer que existen pocas cosas en el mundo que un buen café no puedan curar.

Felipe va a la tienda
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