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-Cómanse todo, ¡no desperdicien!, hay muchos niños que ya quisieran un bocado de lo que ustedes dejan.

 Y así era casi todos los días a la hora de la comida, mi madre cuidaba los recursos para que nada nos faltara. Y sobre todo, no desperdiciar los alimentos.

Cinco litros de leche diarios, así como doce piezas de pan adornaban nuestra mesa día a día. Una variedad de comidas era elaborada para satisfacer las necesidades de cuatro hijos varones, ah y un poco más por si llegaban visitas. Nunca faltó el alimento en nuestro hogar.

Si llegaba a sobrar pollo, inmediatamente mi madre se las ingeniaba para que al otro día comiéramos albóndigas, si las verduras no eran de nuestro agrado, ella veía otra manera de que las comiéramos, el chiste era que nada se desperdiciara. Y crecer sanos.

Mi padre siempre decía “Sírvase lo que quiera, pero cómase lo que se sirve”

Los pantalones del más grande, eran después de un tiempo, usados por el hermano menor y así sucesivamente. Lo mismo con las mochilas.

Durante un periodo utilicé la enorme mochila hecha de cuero que fue de mi hermano mayor, mas adelante, de la creatividad de las manos de mi madre lucía yo una hermosa mochila con tela de un costal de azúcar en mi espalda. Ahí podía guardar mi bolillo relleno de huevo revuelto, así como un pambazo que en su interior tenía requesón con un poco de azúcar. Ah y no podía faltar mi cantimplora con suficiente agua de limón.

El aroma a huevito después de dos horas de clase perfumaba mi lugar de estudio, eso me despertaba el apetito. Jamás fui chocante referente a la comida. Siempre le he dicho si a todo lo que se come. Bueno, menos el pápalo, ya que su sabor es muy fuerte y por más que he tratado hasta el día de hoy no lo he podido comer.

Algo que siempre agradeceré es la paciencia que nuestros padres tuvieron para con nosotros, al menos conmigo, ya que, debido a mi alta creatividad, seguido sufría yo los regaños por mis incesantes travesuras. Pero no lo hacía yo por ser malo, al contrario, quería que ellos sonrieran como yo siempre lo he hecho. Solo que mis padres no lo veían así. Incluso mis regaños fueron porque era yo muy distraído.

Solo bastaba que empezara a cambiar el clima, a atardecer o simplemente que pasara un perro enfrente de mí, dejaba yo la charla con quien estuviera e inmediatamente posaba mis ojos en lo que me satisfacía, utilizar mis cinco sentidos y empezar a crear historias, escenarios distintos al que yo me situaba.

Mi padre no comprendía que mi mundo no era el que solía ver él, en el mío me hablaban los pájaros, los árboles me cantaban y yo, yo en silencio devolviéndoles el favor con mi eterna sonrisa. Quietecito y disfrutando de la vida.

Las notas escolares eran altas y eso compensaba mis penurias. Pero aun así siempre sonreí.

La interacción con mis tres hermanos era tal, que siempre llevaré en mi corazón esos recuerdos, las canicas, el balero, los inicios y las caídas cuando recién empezábamos a andar en la bicicleta, y sobre todo en la calle en la cual vivíamos, llena de piedras y montículos que la hacían muy accidentada para andar en dos ruedas. Lo bueno que no pasamos de unas rodillas peladas y nuestros pantalones rotos.

Lo que uno inventaba el otro lo secundaba, eran los años en los cuales la ingenuidad y sobre todo el amor que nos inculcaron nuestros padres lograron un efecto de personas de bien y de trabajo.

Tuvimos una portería portátil, la construimos entre todos, era de madera, y la transportábamos hasta un pequeño llano justo a unas cuadras de nuestro domicilio. Todos poníamos de nuestra parte, no había miramientos en si uno cargaba más o el otro cargaba menos. Los amigos del barrio también la disfrutaron.

La niñez fue una etapa que disfruté al máximo con mi familia, recuerdos donde el amor pesaba más que las penas, tiempos en donde valoré la vida, la familia, los amigos, las personas que de una u otra forma su remembranza sigue en mi corazón.

El niño Edgar, aquel que recitaba las poesías en el kínder, aquel que su sonrisa fue una forma de abrir puertas y ganar amistades, sigue en mí, solo basta llamarle en silencio, y volver a charlar con él, compartiendo nuestro universo y dejando como estela la eterna sonrisa que siempre nos ha caracterizado.

Se los comparte su amigo de la eterna sonrisa.

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