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Un grano de tiempo, puede corresponder a cada movimiento que la mano realiza para dar balance a una taza, generando alto oleaje en tu café. Esas dos descripciones provocan que millones de granos se acumulen, deslizándose para formar una linea, definiéndose en la imagen como una cordillera en el fondo de cerámica.

Nos hace beber el último trago, ajustando la mente a los sonidos del engullimiento.

Alzar la vista frente a ese eclipse de tiempo, volcán abierto a recibir una línea perfecta, inhalando fuego. En estas sombras de ideas, existes tres espadas intocables, tiene un ir y venir, que nos ubica en algún punto, entregándonos a sus soles y lunas.

Esta fantasia antes nos servia para medirnos, ahora nos equilibramos por colores agrupados en cajas, las espadas ahora son brillantes leds, luces brincando del rojo al verde, de un día amarillo a su atardecer y nosotros esperamos, nos adiestramos en la voluntad hacia la robótica, al salto de lo ordenado a lo casi prefecto, de los labios mazahuas a los verdes ojos de Estambul; estando frente a ellos veras la nebulosa reflejada en forma de tenue nube, gas iluminado cercano a la supergigante azul, a un tiempo de mil años de nuestra tierra y de las pupilas de la humanidad.

Percibimos el cambio entre oscuridad y luz, vemos a la sombra dividirse en tres, avanzar apricionando a la palabra. Tiempo para dejar que las huellas se formen, permitir que la tinta guarde las líneas del pulgar; es medirse entre cada observación, en cada recibimiento.

«Profunda es la gruta donde se avistan los murciélagos. Lejana ahora es la idea de ese momento. Ya estoy en el último grano que corresponde a la vuelta del tiempo».

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