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Cuando cursaba la primaria, mi mejor amigo era Juan Bracho. Éramos grandes amigos, de esos que solo tienes en la infancia. Él con gran facilidad para los deportes, rápido, fuerte, yo más intelectual pero que me fascinaba el deporte aunque era malísimo. Vivíamos muy lejos uno del otro, yo al norte de la ciudad, él cerca de la escuela en Anzures.

Entonces los fines de semana eran nuestros tiempos, usualmente desde los viernes que nos íbamos a una u otra casa. Jugábamos a todo, y más que nada jugábamos a juegos que inventábamos, nunca juegos ni deportes, cosas que se nos ocurrían.


Juan es hijo de Julio Bracho, sí ese Julio Bracho. El gran director de cine mexicano. Cuando yo era amigo de Juan, Don Julio sufría de las consecuencias de haber filmado su obra maestra “La muerte de un caudillo”. Obtenía trabajo esporádicamente y nadie le contestaba el teléfono. Eso yo no lo sabía a mis tiernos 8 o 9 años. Simplemente conocía al serio padre de Juan que a pesar de su seriedad siempre se las arreglaba para dar a Juan una caricia y un beso y desearnos buen día.

Un día de esos de visita en su casa, Juan me mostró una cámara de cine. Su padre se la había obsequiado, bueno le decía que cuando creciera la podía usar libremente, en la niñez le permitía tomarla y verla (admirarla), en casa. Cuando la vi me pareció un objeto digno de la era espacial. Era grande, así la recuerdo, negra con plateado y tenía una torreta con 3 lentes. Pienso hoy en día, que era una linda Bolex de 16mm, pero pudo haber sido otro tipo de cámara.


Y vimos, abrimos, movimos y jugamos con la cámara gran parte del día, no recuerdo qué parte de nuestros juegos formó la cámara pero estuvo en ellos todo ese día.

Cuando pasamos a la secundaria nuestra amistad se enfrió un poco y al yo salir de esa escuela nos distanciamos casi permanentemente.

Y la vida nos mandó por caminos diferentes. Juan se volvió un deportista profesional, tenista, a tal grado que tiene una de las mejores escuelas de tenis en EU.


Y yo me decanté por el cine. Y aquella cámara que tenía la intención de hacer brotar la vocación cineasta en mi amigo Juan terminó sembrando una semilla en mi vocación.


Digamos que la flecha encajó en otro corazón. Yo no sabía en ese entonces que esa cámara iba a ser mi primer acercamiento al cine y su manufactura.


Recuerdo con mucho cariño esos días de infancia con mi mejor amigo, espero la vida me de chance de abrazar a Juan de nuevo y platicar de esos días felices.

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