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La casa que recién habíamos adquirido era una casa vieja, justo en la entrada principal tenía una pequeña barda inconclusa, salpicada con pintura de cal. Era de piedra negra, no tengo idea por qué dejarla sin terminar. La fachada era de color blanco matizada con un negro de humedad. En los vértices de las paredes se veía el verde del musgo, otras, pequeñas plantas crecían sin remordimiento alguno. La puerta principal era de herrería, estaba oxidada, lo único que no desmerecía era la chapa que aún conservaba el cromo.

El aroma que despedía aquella vivienda era de desolación, de abandono, sus cuarteaduras reflejaban el olvido, secuencias de vivencias grabadas en cada centímetro de aquella casa. Quizás por eso sus antiguos moradores la pusieron en venta. Penetrar en el inmueble se volvió tétrico, la fuerza de cosas siniestras hacía que permanecieras atónito, lleno de dudas. Ruidos por doquier, sensación de escuchar cadenas arrastrándose o gritos desgarradores de gente desconocida, sin lograr percatarse por el ojo humano de ello.En lo que era la sala, permanecía un retrato antiguo de una dama, una silla rancia, roída por la polilla, sábanas color amargura tapaban unos añejos muebles que ya no servían para nada.

Justo por un pasillo se llegaba a lo que era una recámara. No se podía apreciar bien lo que ahí había. El foco del techo estaba fundido. Así que, junto con mi hermano alumbramos con un encendedor. Tirados en el piso una infinidad de revistas varias, cartas del tarot, así como prendas de vestir, muy viejas y descoloridas.

En una pared del dormitorio imágenes de santos y vírgenes, lo que nos sorprendió fue una con una mancha de sangre en forma cruz y no quisimos indagar de qué personaje se trataba.

Justo en un rincón, cinco veladoras de diversos colores y aromas, así como dos flores secas, a punto de desfallecer. Tomamos una veladora y la encendimos para tener luz. Y apagamos el encendedor.

Ambos nos observamos. La idea de tumbar una pared para hacer mas grande el espacio se tomó en común acuerdo. Y después de esto con mazo y cincel iniciamos a romper el muro. A cada golpe un crujido, a cada crujido el ambiente se enrarecía, tal pareciera que el dolor era un juicio que hacíamos sobre aquella casucha, a la cual tratábamos de darle vida con una remodelación. Las sugerencias no se hacían esperar. Los consejos de amigos referente a esa casa únicamente nos nutrían de miedo, miedo a lo desconocido, a la consideración de un dictamen que según nosotros sería algo fuera de lo normal, un concepto que muchos llaman “espantos”

Al finalizar la destrucción nos detuvimos. Y justo enfrente de donde estábamos una gran sombra se dejó ver, por un instante permaneció levitando, y así como llegó, desapareció. Mi hermano y yo nos miramos incrédulos. ¿Qué carajos había sido eso? Posterior a ello, sonreímos. Sabíamos que ese espectáculo no nos iba a detener con nuestra encomienda. Dejamos aquella noche el trabajo y decidimos regresar al otro día.


Ya con nuevas energías retomamos nuestra misión. Golpes al por mayor, caliches se disolvían por entre la casa, se mecían en el aire logrado esparcir miedo, tramos de piso se convertían en piezas de un gran rompecabezas, hasta que llegamos a la tierra. Un sonido hueco seguido de un martillazo hizo detenernos. Con precaución y a mano limpia iniciamos a sacar tierra del piso. ¡Oh sorpresa! Un cráneo humano se encontraba enterrado, así como cinco piezas dentales enrolladas en un cartón.

El asombro fue mayúsculo, cuando en un frasco de mayonesa, un pedazo de dedo de una mano flotaba en un líquido de color rojizo.

No quisimos abrir el recipiente, ya que dicen las malas lenguas pueden contener un veneno que al abrirlo se esparce y se mete por las fosas nasales causando asfixia hasta morir. Paramos por un momento. Charle con mi hermano y nos hacíamos las mismas preguntas, sin encontrar una respuesta idónea a lo que estábamos presenciando. ¿acaso los antiguos dueños eran miembros de alguna secta? ¿sería algún ritual que quedó inconcluso dejando deambular los espectros por aquel sitio que fue su morada y aun no encontraban el descanso eterno de sus almas?

Limpiamos todo y escombramos, tirando aquello que nos produjo nerviosismo y miedo.

Pasaron varios días sin ir a continuar los trabajos. Hasta que un día, en el cual a mi hermano se le descompuso su auto, llamó a mi sobrino para que fuera a la casa vieja por una manguera. Mi sobrino sin saber lo que nos había sucedido con anterioridad rápidamente penetró a la casa, caminó   por la oscura vivienda, logrando ver de reojo, donde se ubicaba la cocina a un anciano de sombrero fumando un gran puro. Sentado en una silla de madera. Sin dentadura. 

Mi sobrino sacó la manguera y se salió rápidamente de ahí. Contándonos lo que le sucedió, con lágrimas en sus ojos y el corazón a punto de salirse de su caja torácica. Tiempo después se terminó la remodelación, y se hizo la bendición de la casa, así como se les pidió perdón a aquellos que moraron alguna vez ahí, agradeciéndoles el ahora ser nosotros los dueños del nuevo domicilio.

Posteriormente sucedieron más sucesos paranormales que jamás hemos podido darle una respuesta lógica, simplemente dejamos compartir el espacio con aquellos seres que alguna vez vistieron un ropaje terrenal, logrando así poder convivir en un espacio de vida y muerte.

https://laredaccion.com.mx/la-cueva/miguelinajimval/
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