Vamos por ese café

Nada como enamorarse así de improviso. Sin pensarlo. Los dos nos miramos y quedamos como hipnotizados. El vagón del metro cerró sus puertas en nuestras narices y ni ella ni yo nos movimos para hacer el intentó de abordar. La prisa: tomó un descanso. Nos miramos con una calma nunca vista en esos pasillos subterráneos del metro de Tokio. Cuando recobré la respiración y pude gesticular una palabra le dije: “Hola”, el cual salió de lo más profundo de mi ser y llevaba toda la intención de cautivar a la dueña de esa sonrisa que se había adelantado a cautivarme. Ella respondió también con un “Hola”. Mi cuerpo estaba paralizado, no podía moverlo, quería acercarme y el pánico de provocar una reacción que no fuera la correcta, me detenía, pero su sonrisa me dio valor. Di dos pasos hacia ella y le dije: “Podría dejar pasar a todos los convoyes de este metro y perder mi trabajo por no llegar y valdría la pena por seguir mirando tu espectacular sonrisa”. Ella, esta vez alzó los hombros como queriendo decir: bueno, ese sería tu problema. Pero al bajar los hombros dijo: “yo también perdí el convoy”. Tenía que actuar rápido, el próximo tren se acercaba y debía detenerla para que no lo tomara; así, que fui audaz: “Tomemos un café allí, en esa cafetería, y dejemos que los trenes pasen mientras nos conocemos, ¿te gustaría?”

Ella también tenía que contestar rápido, la punta del convoy había entrado al andén, me apresuré y le dije: “no me respondas, voy a cerrar los ojos y los abriré cuando este tren haya partido y sabré tu respuesta”. Al abrir los ojos y no mirarla sentí una enorme tristeza, pero al momento que casi lloro oí detrás mí una voz que me dijo: “que esperas, vamos por ese café”.