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Fue un domingo de Pentecostés. Lo recuerdo bien y en verdad, cada vez son menos las cosas de las que me acuerdo, pero ese día era especial para mí. Iba a conocer en persona a alguien a quien sólo había visto por teléfono y fotografías; alguien que se tomó la molestia de venir desde otro estado de la República con el único fin de poder conocernos. Y bueno, reconozco que estaba nervioso, más bien emocionado ya que a estas alturas de mi vida, aprendí que los hechos son los que hablan, las palabras antes se las llevaba el viento pero ahora el viento trae mucha contaminación y la verdad, no puede con tanto vacío…bueno, estoy contando algo importante y salgo con otra cosa.


Ese domingo la conocí y ese mismo día la perdí. No sé, sería la emoción o la tonta idea de querer impresionar o la excitación que me causó conocerla.


Ella me advirtió que era alta, lo cual comprobé inmediatamente que bajó de su auto e inclinó su cabeza para verme a los ojos al saludarme.


Todo en ella era grande, obvio en armónica proporción. Su cuello era lo que a mi vista quedaba más cerca y despertó el instinto de vampiro que un cuello así despierta; no solo quería besarlo también deseaba morderlo.
Imagínense que tan deslumbrado quedé…


Yo haría para desayunar mis exquisitos Chilaquiles, sin embargo, resultó que esa cautivadora mujer es intolerante a la lactosa y la base secreta de mis chilaquiles es el queso y la crema que contienen más lactosa que una leche maltada de cajeta. Así que preparé unos ricos y domingueros hot cakes con miel de maple y antes de eso, una deliciosa piña “gota de miel”.

Era miel por todos lados, justo lo que mi diabetes necesita.

Tomamos café americano sin azúcar y decidimos ir al Centro a recorrer los bellos callejones.


Al llegar, nos engolosinamos visitando Iglesias y ahí fue donde ella descubrió que era Domingo de Pentecostés.

Me platicó con lujo de detalles lo que se celebraba ese día y yo creo que eso fue calmando la lujuria que me causó su cuello, su boca grande, sus manos igualmente grandes pero infinitamente femeninas.


Y después de visitar la cuarta o quinta iglesia, me di cuenta que la había perdido para siempre. En ella estaba mi balance de pérdidas y ganancias; un incipiente proyecto de un futuro, el plan de los días por venir y una pequeñita historia del más próximo pasado.
¡Ay como duele perder así por un descuido! algo que había llegado a tu vida con un plan para que por fin cambiaras y no fueras el mismo desorganizado de siempre.

Ahí la tuviste en tus manos, fue un regalo que llegó a tu vida con esa intención, la de no ser tan descuidado.

Por eso estas solo. Nadie quiere soñadores que se la viven en la luna sin un proyecto planeado con metas escritas en papel e ir tachando día a día los objetivos alcanzados.
Mira qué ironía, la pierdes el mismísimo día que decidiste usarla y ¿sabes qué? La vas a recordar siempre.


No solo los domingos de Pentecostés, la verás en cada semáforo ya que era roja como la luz de Alto, roja como la nariz de Rodolfo el reno, es más, roja como el traje de Santa Claus, roja como la Caperucita y roja como la Cruz.
Roja como el mar Bermejo, roja como la luna de sangre y roja como clavel de gitana.


La recordarás porque era Roja como la boca grande y hermosa de la mujer que fue contigo ese domingo, desayunó contigo y te ilustró un poco de celebraciones religiosas y porque ese Domingo el sacerdote vestía de Rojo.

A ella fue a quien confesaste que habías perdido LA LIBRETA ROJA que te regaló tu amigo para que no fueras tan desorganizado y descuidado.

https://laredaccion.com.mx/la-leyenda-del-hilo-rojo/alexa-jimenez/
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  1. Me atrapaste amigo ya estaba tan emocionado como tú lo describes y esperaba un final revelador pero resulta que tu libreta es la perdida y no la mujer alta que seguramente terminó mordida de su cuello.

  2. Muy buena historia. Qué pasó con la mujer?
    Te regalo una libreta verde.