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Imagina que vas con una amiga a cenar a un maravilloso restaurante.  Como es un día especial tú la invitaste.  Le dices que pida lo que quiera pues ¡van a celebrar!  Además, a manera de sorpresa, pides que al final de la cena les lleven un pastel para cerrar esa noche con algo espectacular.

Pides que te lleven la cuenta, ya es hora de irse a casa después de esa maravillosa velada. Están felices, recibes la cuenta y la tomas evitando que tu amiga vea el importe. Desde el inicio le dijiste que tú la invitabas y no quieres que se entere de cuánto es.

¡Ufff! Esto resultó más caro de lo que esperabas, pero no importa, traes contigo la tarjeta con la que ya tenías planeado hacer el pago. Con una amplia sonrisa, le entregas al mesero tu tarjeta junto al ticket de la cuenta, en el que ya agregaste una generosa propina.

Unos minutos más tarde regresa el mesero y, con un tono discreto, te pregunta si tendrás otra forma de pago porque no pasa tu tarjeta…

¡Trágame tierra!

En esos momentos, sientes que morirás de vergüenza. Te parece que los ojos de todos los demás clientes están sobre ti. Sientes cómo te sube la sangre al rostro enrojeciendo tus mejillas. ¡No quieres estar ahí!

No entiendes qué pasó, tienes la absoluta certeza de que en la tarjeta tienes dinero más que suficiente para cubrir tres veces la cuenta, pero entonces ¿qué sucede? Deberás llamar al banco para hacer la aclaración, pero por lo pronto hay que cubrir la cuenta, ya es más de media noche, muy peligroso como para ir a un cajero, revisas tu cartera, revisas el monedero… No tienes en efectivo ni un peso partido por la mitad.

Otras situaciones similares en cuanto a vergüenza innecesaria e incomodidad, es cuando en el supermercado, por ejemplo, llevas la despensa y tus compras para el mes entero y, a la hora de presentar tu tarjeta para pagar, te dice el cajero que no leíste el letrero a la entrada del establecimiento, en donde se avisa que, por el momento, el sistema está caído y sólo se reciben pagos en efectivo.

Mientras sientes la presión de la mirada de toda la gente que está formada detrás de ti, guardas la tarjeta, murmuras entre dientes un par de inconformidades y quizá tres maldiciones, y dejando todo lo que ibas a llevar, sales de la tienda con paso apresurado, sintiendo que los demás te señalan y se ríen de ti.

Los billetes de la seguridad

Experiencias como las descritas antes, dejan grabado en tu memoria un terrible sentimiento de inseguridad que se hará presente una y otra vez en situaciones similares. ¿Cómo evitarlo?

Procura llevar siempre, siempre, siempre, en tu cartera, “los billetes de la seguridad”. No son un amuleto, ni un hechizo ni nada similar, es un acto de estar preparado y sentirte seguro ante alguna eventualidad.

Se trata de tener guardados y siempre contigo al menos tres billetes, los de mayor valor, no importa si son de veinte o de quinientos pesos, lo importante es que siempre los debes traer.

No los gastes en caprichos, no son para salirte de tu presupuesto. Estos billetes son para hacerle frente a situaciones como las de los ejemplos, o para alguna emergencia real.

Cambiando tu frecuencia

Lo más importante de seguir este consejo, es que tu frecuencia estará en modo abundancia y seguridad, eliminando el temor que provoca la incertidumbre y los pensamientos de escasez.

Haz la prueba por tres meses, y te vas a sorprender de la manera en que guardar y llevar contigo esos tres billetes, puede cambiar tu manera de pensar e influir positivamente en tu seguridad personal.

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