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Abortando. Los años ochenta son peculiarmente llenos de contrastes, fue el despertar de la juventud después de un gran letargo que nos dejó el 68,  Los grupos sociales empezaban a irrumpir en la escena política mexicana, los grupos de rock sonaban como antes no lo habían hecho, la libertad se respiraba sin entender que había costado lograrla, y la sexualidad se experimentaba como nuca antes, después de tantos tabúes familiares, religiosos y sociales nos aprestábamos a experimentar lo que nuestros sentidos  percibían

Llegamos exhaustos, agitados, nerviosos con miedo de todo hasta del creador, era de esas veces en que la conciencia te traiciona, una lección de vida, mala suerte, viernes trece o un mal día, o me levante con el pie izquierdo, todo eso junto me daba que pensar dada la situación por lo que estaba pasando.

El mesero se acercó y nos preguntó que queríamos, y al unísono dijimos 2 tequilas derechos, esos tequilas que cuando los pruebas tienen un sabor a alcohol del 90% de botica de barrio, pero en esta ocasión su sabor era dulce pero conforme entraba  en el torrente sanguíneo nos devolvía a la realidad, y nos hizo estar atentos en dirección de la puerta de entrada de esa cantina de barrio en donde los únicos parroquianos se confundían con los teporochos que difícilmente sabrías quien es uno y quien es otro.

Cuando salimos caminamos en sentido contrario al lugar de los hechos, aunque nadie ponía atención de nuestra presencia sobre la acera, el miedo nos hacía pensar que éramos observados y seguidos, era de estas veces en que te sientes como Adán y Eva por haber probado del fruto prohibido.

Y seguimos caminando entre calles de esta gran urbe hasta que nos sentimos seguros y nos perdidos en el anonimato que da el bullicio, la gente el smog, el tráfico, todo aquello de lo cotidiano de nuestras vidas.

Tocamos el timbre y parecía que nadie lo había escuchado y el tiempo en tener respuesta nos pareció eterno , hasta que una señora del otro lado del portón se acercó y nos preguntó a que veníamos(a que putos vas a una clínica sino es por que necesitas un servicio médico)   le contestamos que teníamos cita con el doctor, nos hizo pasar al hospital lo más presurosa y sigilosamente posible, ya dentro en la sala de espera nos dio las instrucciones de seguridad en caso de requerir de ellas. Más nerviosos que atentos escuchamos sin parpadear y asistimos a unísono. 

-Solo ella pasara para la revisión y atención.

-Ya saben cuánto se cobra, ¿verdad?

-Son $ 2000.00 (dos mil pesos).

El dinero se lo di hecho un taquito.

Sin contarlo ya lo llevábamos apartado de todo lo demás, de lo asustados e inexpertos en esos menesteres ni cuenta nos dimos que había una pareja más y un hombre más esperando a que su pareja saliera de la “operación”.

Y en eso estábamos en la sala de espera, cuando de pronto se escucharon unos golpes fuertes como queriendo forzar el portón de entrada de la clínica, y de pronto la Sra. que nos había abierto la puerta entro corriendo y gritando, que eran los judiciales quienes querían entrar hacer una revisión, de inmediato nos señaló las escaleras y ella paso por delante iba avanzando y señalando el camino de fuga y salvación, ya en un tercer piso nos señaló un cuarto de servicio que contaba con una ventana de aproximadamente medio metro cuadrado que utilizaríamos para nuestra fuga  seria nuestra ventana de escape la cual nos quedaba un poco alta, y que por fin alcance con ayuda pero ya trepado en la ventana esta daba a un tejaban todo mojoso y viejo que nos quedaba demasiado alto par brincar pero que era mejor que terminar tras las rejas todos golpeados y vejados. me deje caer pegadito a l muro, hasta que oí el crujir de las láminas y caí en cuclillas, grite ahogando el sonido que se dejara caer, con ayuda de la señora que nos había llevado hasta la ruta de escape se descolgó agarrada de unas sábanas, hasta que la tome por las pantorrillas, parecía una escena de película de acción y la escena de escape. Lo malo que era real y nosotros los dobles haciendo lo más peligroso y difícil.

Una vez fuera de la clínica y sobre el tejado caminamos a tientas en espera de caer al vacío pues las láminas crujían al ir avanzando sobre ellas, por fin dimos a la parte que da a la avenida y había que saltar hacia ella unos dos metro y medio que con el miedo parecía de 6 metros, pero no nos importó con tal de terminar la pesadilla.

Una vez pie en tierra comenzamos a caminar a paso veloz, dándole la vuela a la manzana, con el nerviosismo de quien se siente culpable de   haber probado el fruto prohibido del paraíso.

Fue así que llegamos a la cantina para evaporar nuestros miedos con dos tragos de tequila y una misión abortada por la inexperiencia, lo aventurado y placentero del sexo.

Pensar el voto. Una batalla por la funcionalidad de la democracia.
Rebeca Azarcoya, infinita gratitud

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