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¡Vaya que me equivoqué! al apartarme de tu lado. La juventud me reprochaba la seriedad de la relación, las dudas se apoderaron de mi cabeza y no sabía con certeza lo que quería para mi vida. No quería ser conformista ni dejar pasar la oportunidad de conocer a alguien con más cualidades que las tuyas. Me sentía insegura, con miedo de dar pasos acelerados que trajeran consecuencias, en ese entonces, indeseadas. Así que me fui, olvidando promesas y planes.

Me fui, olvidando vivencias y palabras de afecto. La excusa que utilice fue una falsedad. ¡Cómo querías hacerme cambiar de opinión!, ¡cómo querías hacerme reflexionar! Tenías todo tan claro. Apuesto y centrado, comprometido y cariñoso. Y yo, llena de vanas incertidumbres. Fue pasando el tiempo y mi mente pareció olvidar los momentos que pasamos juntos, mi amor se neutralizó encerrándose en lo más profundo de mi ser. Entonces conocí a otra persona. En el aire afloraba el romance, como si se tratara del primer amorío; pero no lo era.

Esa locura ya la había vivido antes con un sujeto nada serio. No supe distinguir entre amor e ilusión, entre sinceridad y engaño. De nuevo había sido vulnerada. No quiero dar juicios, pero me atrevo a decir que me había topado con el peor de los hombres: chantajista, tóxico, manipulador y mentiroso.

De esos que poco a poco van invadiendo tu vida sin que te puedas dar cuenta, hasta estar sumida del todo.

Para ese entonces, la relación se había convertido en un torbellino sin escapatoria, que me absorbía cada vez más, a pesar de mis esfuerzos por salir. Un torbellino que sacaba provecho de mis debilidades haciéndome creer que no habrá nada mejor en mi vida, más que él. Y peor aún, haciéndome pensar lo peor de mí misma. Una relación de la que no se puede salir sin ayuda.

Después de recibir la noticia de tu partida eterna, mi cabeza se inundó de recuerdos y todo lo que parecía olvidado salió de nuevo a la Luz, incluyendo mis sentimientos por ti. Tan intensos, tan claros, tan reales. La amargura del momento y la tristeza se apoderaron de mi. El arrepentimiento empeoraba la situación y no podía hacer nada para remediarlo. Ni una llamada, ni un abrazo me eran posibles. Lo único que hacía era hablarle al aire, esperando que el viento lleve hacia ti el mensaje o quizá, los miles de mensajes aclaratorios, que no te pude decir en vida. Cómo decirte que, en mi afán de no equivocarme, me equivoqué.

Estrasburgo, epidemia de baile de 1518
Que los estándares sociales no definan tu destino.

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