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Mi mundo empieza cuando se filtra el primer rayo de luz por la ventana incomodándome para despertar, y en el aire se esfuma el recuerdo del sueño de ayer. Intento cambiar de posición, muevo las piernas, pero es en vano, siento su peso sobre el mío y con cuidado volteo mi rostro buscando el teléfono para ver la hora. Hace meses que dejé de usar despertador. El reloj marca las 6:43 a.m. doy un suspiro largo y profundo para adentrarme a un sueño fugaz o una relajación energizante, lo que suceda primero.

Abro los ojos y despreocupada procedo a levantarme, con sutileza quito las sábanas y pongo los pies fuera de la cama, se despierta y me ve con nostalgia. Observo sus ojos azules, despidiéndome con una caricia y un beso en la frente. Termino de bañarme y un par de horas después ya estoy maquillada y peinada, antes de salir me aseguro de que no le falte nada. Él agradece con una breve caricia o musitando algún sonido suave, nos damos un abrazo donde le entrego mi alma y a cambio recibo su corazón.

Entonces salgo despacio por la puerta, deseando no tener que irme.

Prendo el carro volteo a la ventana, ahí está viéndome partir. Nos contemplamos a la distancia preguntándonos por qué debemos separarnos y anhelando no haberlo hecho avanzo lentamente para no perderme ningún detalle de su silueta y lágrimas tibias rosan mi mejilla hasta caer en mi ropa.

Regreso a medio día solo porque extraño el aroma, el color y el calor de mi casa, yo sé que me escucha llegar porque cuando abro la puerta lo veo bajar las escaleras para darme la bienvenida. Lo abrazo con fuerza y nos disponemos a tener un breve almuerzo. Al terminar de comer si no tengo algún pendiente me doy la oportunidad de descansar un par de minutos recostada en el sillón, él me acompaña.

Nos miramos fijamente y estudio cada una de sus manchas, lunares, gestos, cabellos, sus dedos y sus uñas, lo acaricio con delicadeza y me pregunto por qué sus ojos son tan azules, claros en el día y oscuros en la noche.

Volvemos a despedirnos y yo observándolo desde mi carro y él desde la ventana, la segunda despedida es la más difícil y trato de no quebrarme mientras avanzo.

Cuando empieza el atardecer y cae la noche mi corazón se alegra al saber que pronto me reuniré con el ser que más amo. Manejo por las calles habituales eligiendo el camino más rápido y bajo la luz de la ciudad un sentimiento de júbilo se apodera de mi cuerpo.

Al regresar me encuentro observando su silueta una vez más, me estaba esperando, apresuradamente estaciono el carro y nos saludamos cada quién desde su lugar.

Corro hacia la puerta y mientras las llaves dan vuelta en el cerrojo lo escucho regocijarse de que por fin llegué a casa. Nos fundimos en un abrazo yo le beso el pecho y él me besa la frente. Cumplo con mis tareas, tomo un poco de café y subo al cuarto para ver la tv antes de dormir, pongo mi serie favorita y a los pocos minutos lo escucho llegar.

Se queda parado en la puerta y después se sienta a mirar la calle por la ventana. Es hasta que apago la luz que se acomoda recargándose en mí, pero antes de hacerlo estira su alargado cuerpo con fuerza y me lanza una sutil expresión de amor. Antes de dormir apago la televisión y nos damos un beso de buenas noches. Mi mundo termina al cerrar los ojos y sonriendo me sumerjo en la almohada desvaneciendo poco a poco en la atmósfera un nuevo sueño.

Que los estándares sociales no definan tu destino.
La felicidad no se logra con flojera.

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