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La Ciudad de México es considerada una de las zonas sísmicas más importantes del mundo, sin embargo y a pesar de los dos terremotos y sismos constantes que me han tocado vivir, aún falta mucho para tener una verdadera cultura de la prevención y que los recursos se administren adecuadamente para contar con mayores medidas de seguridad, personal capacitado y equipamiento para emergencias. No corresponde sólo a las autoridades hacer conciencia, nos toca a todos.

Mi experiencia en el sismo

Tenía 10 años cuando fue el terremoto de 1985. Recuerdo que mi papá nos llevaba a mi hermano y a mí a la escuela. A los pocos metros de salir, mi padre sintió un movimiento extraño en el coche y de repente vio que la gente salía de sus casas.

Entonces se dio cuenta que era un sismo. Los tres nos quedamos escuchando los crujidos de la fábrica cerca y cómo se movían los coches. Empezamos a rezar.

Después de un rato hubo calma y continuamos hacia la escuela, nunca imaginamos lo que aquello había ocasionado. Llegando no había muchos niños, yo cursaba el 5° grado de Primaria, y claro está que no hubo clases.

Mi hermano asistía a otra escuela y mi padre lo llevó después de dejarme, pero al poco tiempo regresó por mí y fuimos todos a casa. Al llegar sólo usamos la radio de pilas, porque obvio se había ido la luz y empezamos a escuchar toda la tragedia del terremoto durante las siguientes horas. Edificios derrumbados, gente atrapada, hospitales llenos de heridos y el estadio del Seguro Social se había convertido en un anfiteatro.

Todos nos quedamos escuchando y a la vez en la incertidumbre, terror y sorpresa. Mi mamá se había quedado en casa con mi hermano menor en el momento del sismo, nos contó que sólo lo abrazó y miró al techo esperando ver si se derrumbaba, nunca se le ocurrió salir.

Afortunadamente no les pasó nada.

No fui tan consciente de lo ocurrido, tal vez por la edad o porque no viví la tragedia tan de cerca, sólo sé que hubo muchos muertos. Recuerdo a los “bebés milagro” del Hospital Juárez, el edificio Nuevo León en Tlatelolco, el Centro Médico, el Hotel Regis y otros más. Mi familia estaba bien y fuimos afortunados. Recuerdo que un tío que vive en Estados Unidos nos contó que había visto en las noticias que la ciudad había desaparecido.

Después de varios días, mi abuelo logró hablar con él y le dijo que estábamos bien pero todo era caos y angustia. Mi madre cuenta que ayudó a llevar comida a los brigadistas o a quien fuera necesario durante varios días que se dedicaron a buscar personas atrapadas.

Hasta el momento ha sido el acontecimiento más triste e importante en la ciudad en materia de sismos. Con el tiempo empezaron los simulacros, protocolos de protección civil, la alerta sísmica, brigadistas y todo aquello que generara una cultura de la prevención. A partir de la era del internet vi miles de videos, documentales, testimonios, análisis, historias, hipótesis, en fin. Pero nada se compara con la propia experiencia ante el desastre.

Siempre se ha difundido información y con el tiempo me acostumbré al simulacro aburrido, hasta que ocurrió el sismo del 19 de septiembre del 2017.

Vivía con mi familia en la delegación Azcapotzalco y la casa donde habitábamos se vendería, así que mi papá logró comprar un terreno. En el año de 1986 construyó una casa en el sur de la ciudad, con un diseño pre fabricado, precisamente por aquello de los sismos. Para agosto de ese año nos mudamos al sur de la ciudad.

Era una zona poco poblada en aquel entonces, sin embargo, la zona está construida sobre agua, debido a que antes era zona de milpas. Donde yo vivo conecta cerca de un canal muy cerca de Xochimilco, así que los sismos se sienten más fuertes. Todos los que he vivido han sido en esta zona, o cuando menos la mayoría.

El terremoto del 19 me tocó en el trabajo. Soy coordinadora académica en una escuela y habíamos realizado el mega simulacro a las 11 de la mañana, conmemorando los 32 años del sismo del 85.

Todo transcurrió en calma, sin contratiempos. Afortunadamente tenemos un procedimiento claro y efectivo de protección civil, la escuela se ha preocupado por invertir en este aspecto. Todo el personal pertenece a una brigada y los alumnos saben qué hacer. Ojalá todas las escuelas lo tuvieran.

Cuando empezó el terremoto, yo estaba debajo de un puente que conecta los dos edificios de Secundaria. Había ido a comprar algo a la cafetería y regresaba a mi oficina cuando me encontré con un profesor y nos quedamos platicando.

No sé en qué momento sentí que el piso me aventaba y miré hacia los edificios que se movían con fuerza, las columnas del puente empezaron a desmoronarse y pensé: “¡se van a caer!”.

El profesor con quien estaba se fue corriendo hacia el patio de Secundaria y yo me fui al de Primaria pensando que el punto de reunión más cercano es el que está ahí. Oí como los vidrios estallaban, pero no supe de qué edificio eran. Después me enteré que eran de los laboratorios de Química y Biología de Secundaria.

Fue como si el tiempo se detuviera y en ese instante me dije ¿qué hago aquí? tenía que ir a mi sección y me fui al patio donde ya estaban todos los alumnos, ahí sentí tranquilidad al verlos a todos.

Es cuando uno se da cuenta de que sí sirven los simulacros. Hubo jóvenes que calmaron a sus compañeros a pesar de todo. Siguieron las indicaciones y tiempo después nos decían: “ahora sé lo que vivieron en el sismo del 85”.

La directora y varios profesores estaban con los chicos, yo traté de calmar a los que veía,  muchos llorando, en crisis, viendo sus celulares, los que lograron llevarlo consigo. Recuerdo a una alumna que empezó con una hemorragia nasal que no paraba, pero fue sólo de los nervios porque no le había pasado nada. Yo creí que se había caído o golpeado.

Desde que empezó el sismo hasta las 3:00 pm permanecimos en el patio, bajo un sol intenso, asustados, en la incertidumbre, pensando qué pasaría. Se dio la indicación que los alumnos se irían con sus papás debido a que el transporte escolar no daría el servicio.

Gracias a Dios que el sismo no ocurrió ya estando los alumnos en los camiones.

Después supimos que la escuela cerró sus puertas y los padres de familia llegaron, claro está, desesperados por saber de sus hijos. Se divulgó la noticia de un colegio que había colapsado sin saber cuál, así que no era de extrañar que los papás llegaran queriendo derribar la puerta y pensando lo peor.

La directora general, como jefa de brigadas, mantuvo la calma y sólo esperábamos sus indicaciones. Me quedé sorprendida de su fortaleza y absoluta calma, en ningún momento perdió el  control. No se permitió la entrada de papás, ella supo que había personal fuera de la escuela y fueron su enlace para comunicarles que todos estaban bien y no había derrumbes. Esto los calmó, pero seguían desesperados y con justa razón.

Después de las 3:15 pm los papás que lograron acercarse, se llevaron a sus hijos y a otros alumnos, porque muchos de ellos no llegaron a la escuela, debido al caos que empezaba a generarse. Fue complicada la entrega porque la mayoría de los chicos querían regresar a sus salones por sus mochilas y celulares, pero no se les permitió, así que además del sismo tuvimos que lidiar con enojos y comentarios fuera de lugar. Claro, es más importante el celular que la propia vida.

Una de mis compañeras coordinadora estaba embarazada en ese entonces y cuando la vi, su color era entre pálido y gris.

Su hija de tres años no había ido ese día a la escuela y se quedó con la señora que la cuida. Sobra decir que su preocupación era evidente, pero afortunadamente su niña estaba bien. Más cuando vive en un edificio en la Colonia del Valle y fue una de las más afectadas.

El último alumno se fue cerca de las 6 pm. Fue cuando me acordé de mi familia y traté de comunicarme con ellos sin mucha respuesta, los mensajes no salían ni llegaban o se tardaban mucho, sólo mi tío, hermano de mi papá me llamó, pero al principio no ubicaba quién era. Entendí que estar en una escuela en una emergencia, te hace olvidarte de ti y los tuyos, porque en ese momento los alumnos son tu prioridad.

Me preocupé por no saber de mi padre que trabaja en el piso 13 de un edificio en Reforma, hasta que en algún momento tuve respuesta de todos y que estaban bien. Recuerdo que los papás de la asociación que estaban ahí nos ofrecieron de comer, debido al largo tiempo que permanecimos ahí. Lo siguiente fue regresar a mi oficina por mis cosas personales, de lo contrario no podría llevarme mi coche y salir.

Para regresar a casa tenía que bajar por periférico hacia el sur, sabía que no sería fácil, pero no tenía otra opción. La verdad es que dentro de la escuela me sentí segura y protegida.

Salir me generó temor porque empezaría la pesadilla: el regreso.

Ya estando en los carriles centrales iba a vuelta de rueda, avanzaba poco. De repente me percaté que pasaban muchos motociclistas con picos, palas, botiquines. A veces tres o cuatro personas iban en una moto. El tiempo que estuve ahí vi pasar gran cantidad de motos y fue cuando me enteré que el Colegio Rébsamen que está en Coapa, había colapsado. Seguro iban para allá.

Algunos años antes fui a esa escuela cuando acompañé a una amiga por su hijo. Al saber de la tragedia me puse a rezar y esperar para avanzar. Antes de llegar a la altura de Tlalpan, recibí una llamada de mi tía que vive en León, por aquello que en la ciudad no había señal. Lo curioso es que al colapsarse también la red, mi familia que vive en provincia fue nuestro enlace para comunicarnos, qué ironía.

Me dijo que mi padre le había pedido llamarme para decirme que no entrara al periférico porque el puente de Muyuguarda se había caído.

Creí que se refería al vehicular, pero después supe que era el peatonal. Pensé: ya estoy aquí y ahora ¿qué hago?

El periférico era un inmenso estacionamiento, así que como pude salí hacia la lateral y me dirigí hacia Tlalpan, para más adelante llegar a Calzada de Hueso, pero no pude hacer eso. A la altura del Estadio Azteca estaba cerrado, porque más adelante el Multifamiliar de Tlalpan había colapsado, así que tuve que desviarme hacia Acoxpa y me di cuenta que pasaría cerca del Rébsamen, otra vez el caos, pero no había más. Pasé por el puente que conecta al estadio para bajar hacia la plaza Paseo Acoxpa. Había mucha gente caminando, pidiendo ayuda.

Algunos me gritaban: ¡Avanza! ¡Necesitamos agua! ¡No estorbes! Ojalá hubiera podido ayudar, pero sólo quería llegar a casa y ver a mi familia.

Recuerdo que estaba empapada en sudor, con los nervios de punta y ante el tráfico paralizado, pensé en dejar mi coche ahí e irme caminando, pero eso también no sería posible. Poco a poco fui avanzando, llegué hasta la plaza y nos desviaron a la izquierda porque Acoxpa, a la altura de prolongación División del Norte, también estaba bloqueado. Así que me dirigí a Calzada de Guadalupe para salir hasta Calzada del Hueso, donde está la Prepa 5, sólo que había personas que no dejaban pasar por las calles cerca de la escuela. Otra vez pensé que me quedaría ahí.

Al encontrarme con una de esas personas, le dije que me dirigía hasta Calzada del Hueso y me dejó pasar. Sentí un gran alivio, estaba algo despejado y pude avanzar más rápido. Seguí hasta llegar a Canal de Miramontes y fue cuando me encontré con la oscuridad de Galerías Coapa, en la penumbra total, pensé que se había caído, había mucha gente llorando desesperada y entonces sentí mucho miedo.

A esa altura Calzada del Hueso ya estaba bloqueada y tuve que dar vuelta a la izquierda sobre Miramontes para llegar a la calle de Rancho Vista Hermosa. En el camino vi todos los edificios dañados y acordonados. Seguí por esa calle y había bardas derrumbadas.

Llegué hasta Cafetales (Eje 3), pero tuve que desviarme de nuevo hacia Calzada del Hueso y no recuerdo por qué hice eso, pero seguí hasta el cruce.

Cuando menos lo supe ya había llegado a casa.

En ese momento llegaba la novia de mi hermano, me vio y me dijo: “bájate, ya estás en casa, ya estás a salvó”. Sólo recuerdo que salí del coche y nos abrazamos, entonces toda la contención que había aguantado durante el día había desaparecido, me solté a llorar..

Entré a casa y abracé a mi madre que estaba muy preocupada y sólo le dije: “los niños mamá, los niños del Rébsamen se murieron”. Lloré y me desahogué, sólo que aún mi padre no llegaba y más lloré. Al poco rato lo vi entrar y mi alma descansó.

Me di cuenta que en el traslado tardé  cuatro horas y media en llegar. Después platicamos de lo que había pasado, estábamos en shock, tratando de entender. A los pocos minutos mis primos nos enviaban mensajes preguntando cómo estábamos, si ya habíamos llegado, las noticias que recibían eran alarmantes.

Alrededor de las 11 pm, recibí un mensaje de mi directora diciendo que ya habían revisado las instalaciones de la escuela y que estaban bien. Así que la directora general nos pedía al equipo de cada sección acudir al día siguiente para sacar y guardar las pertenencias de los alumnos.

Por supuesto que no se hizo esperar nuestro descontento. ¿Cómo iríamos estando la situación de emergencia? ¿Quién nos garantizaba nuestra seguridad?

Yo le dije a mi directora que no asistiría, para empezar, por la misma zona de desastre en la que se encontraba mi zona y la otra, porque lo consideré inapropiado. Desafortunadamente ella sí tuvo que ir al día siguiente.

Mi hermano nos contó que había ido con su novia al Colegio Rébsamen para ver si podían ayudar, pero al acercarse les dijeron que estaba la Marina y el Ejército, así que no había acceso, todos los civiles fuera. También fueron al edificio que colapsó en la calle de Rancho los Arcos frente a Galerías Coapa, pero había demasiada gente y sólo ayudaron a repartir algunas botellas de agua.

Según las personas que viven cerca, a los dos días ya estaban quitando los escombros de este edificio sin haber sacado antes los cuerpos de las personas que quedaron atrapadas. ¿Cuál era el objetivo de hacer esto?

Fue impresionante la ayuda desbordada de la gente queriendo ayudar, sólo que considero que hay que saber cómo. No toda la ayuda es efectiva y a veces es mejor quedarse quieto. En momentos era imposible transitar y era de esperarse, la angustia se sentía en el aire. Lo siguiente fue estar atentos a las noticias y de lo que se requería para apoyar, pero yo estaba aún como en una nube, fuera de este mundo.

No acudí a trabajar los siguientes días, las escuelas estaban cerradas hasta no tener el dictamen de seguridad y la autorización de la SEP para regresar a clases. Eso tardó varios días en el caso de mi escuela,  hasta la fecha hay otras que no volvieron a dar servicio por el daño que sufrieron.

Así que me quedé en casa por aquello de no salir para evitar contratiempos.

El miércoles 20 cuando desperté, empecé a llorar recordando a los niños del Rébsamen y las personas que seguían atrapadas o que habían muerto. Fue una sensación de tristeza absoluta, depresión y hasta culpa, porque a mí no me había pasado nada ¡nada! ¿quién era yo para que no me pasara algo?

Mi familia estaba bien, mi casa estaba bien, mi trabajo estaba bien, mientras otros vivían la tragedia. Me sentí muy triste y mi madre igual. Así estuve hasta que mi cuñada para el día jueves 21, me dijo que irían al centro deportivo en Calzada del Hueso, frente a Galerías Coapa. Ella y su mamá dan clases de yoga para niños y pensaron que sería buena idea acudir a este centro, que se convirtió en albergue, para distraer a los pequeños. También les llevarían dulces y algo de ropa, así que me animé a acompañarlas y ponerme en acción para ayudar.

Ya estando ahí fue cuando vi Galerías Coapa a plena luz del día y se me erizó la piel. Fue impresionante ver el daño que sufrió, tenía una grieta horizontal a la mitad de todo el complejo, toda la fachada estaba dañada. Sentí nostalgia recordando todos los momentos que viví ahí con la familia y amigos.

Después de Perisur, Galerías fue la segunda plaza más importante en el sur de la ciudad. Se inauguró en 1992 y fue un ícono de Coapa. Verla en esas condiciones fue algo muy fuerte y la mayoría de los que vivimos cerca creímos que la derrumbarían, pero no.

Ya estando en el centro deportivo, no nos dejaron pasar y teníamos que dejar lo que llevamos en la entrada.

No nos dio confianza y nos fuimos, además no había gente porque durante el día se iban afuera de sus casas o edificios dañados, para cuidar que no les robaran sus pertenencias. En la noche sólo llegaban al albergue a dormir. Nunca falta quien se aprovecha de la situación para saquear.

Después fuimos al Centro Deportivo de los Electricistas, ahí lo adaptaron como albergue, pero tampoco había gente y los encargados nos dijeron que necesitaban pañales, medicinas y ropa para bebé. Nos recomendaron si queríamos ayudar, llevar comida para los brigadistas.

En los siguientes días tratamos de ayudar lo que pudimos, en un albergue llevamos comida varios fines de semana.

Regalé ropa a una amiga de mi cuñada que más o menos era de mi talla, le dimos dinero. Varias compañeras del trabajo habían sufrido daño en sus hogares u otras lo habían perdido. No se hizo esperar la ayuda.

A una de ellas le ofrecí apoyo económico para su hija que ha estado enferma desde hace varios años y requería tratamiento, perdió su casa y su situación era difícil. No la aceptó, pero su agradecimiento fue continuo.

Entendí que la mejor forma de ayudar era directamente con las personas, no fui a quitar escombros, no hice donaciones a través de una cuenta bancaria, no participé en alguna brigada, pero estar con aquellos que sufrieron y darles un poco de consuelo y compañía me ha servido para sentirme útil.

Durante varios días estuve al pendiente de las noticias, sobre todo de la historia de “Frida Sofía” del Colegio Rébsamen. Mucho se ha contado, que si existió o no, que sí la dejaron morir, que si la escucharon, en fin, todo un show mediático. Y en cuanto se supo del engaño, no volví a prenderla en varios días, sólo por medio de las redes sociales estaba al tanto. Sigo pensando en acudir algún día y hacer una oración por los niños y adultos que murieron.

Otro inmueble dañado fue el Tec de Monterrey Ciudad de México, hubo varios jóvenes muertos y edificios muy dañados.

Hasta la fecha han demolido varios y se han publicado muchos videos del sismo. Álvaro Obregón 286, el edificio en Medellín y San Luis Potosí, la fábrica de costura, Colonia Roma, Portales, Xochimilco, Tláhuac e infinidad de construcciones dañadas y que hasta le fecha siguen ahí. Lugares emblemáticos que no olvidaremos por las personas que fallecieron.

Volví a ser afortunada, pero después del 19 de septiembre mi vida cambió. Cuando llego a un lugar, observo si hay salidas de emergencia, si hay un punto de reunión. No porque quiera salir corriendo, sino para saber qué hacer y prevenir. En casa tenemos nuestro propio protocolo y kit de supervivencia.

En mi trabajo ayudó mucho compartir la experiencia entre colegas y desahogarnos, con el apoyo de psicólogos. De igual forma lo hicimos con los alumnos. A partir de ese día todos llevamos una bolsa de tela pequeña con nuestras pertenencias básicas, por si hubiera otra emergencia y no pudiéramos regresar a las instalaciones. La directora de CCH la nombró la bolsita del pánico.

Actualmente están reconstruyendo algunos edificios, espero que las personas que perdieron su hogar, lo recuperen. Es una tristeza saber de la gente damnificada y los malos manejos de las donaciones recibidas. Aunque las personas del Multifamiliar Tlalpan lucharon por la reconstrucción de su edificio y lo lograron.

No sé si vuelva a ser afortunada en otro sismo de esta magnitud, pero ese 19S ha sido de los días más tristes de mi vida y tendrá que pasar mucho tiempo para superarlo. Además de colapsar la ciudad, colapsó mi ser interior, como el de muchos mexicanos, es lo más difícil de levantar, más que mil edificios.

Pero vivo con esperanza a pesar de todo, con otra visión de la vida.

No estamos exentos de un nuevo terremoto, pero teniendo procedimientos claros, una cultura de prevención, transparencia en las construcciones, información adecuada, lograremos salir adelante.

Aprendí que hoy estás, pero al segundo siguiente te puedes morir por causa de un terremoto. La diferencia está en saber qué hacer. Lo que me deja esta experiencia y trabajando con adolescentes, es crear conciencia de cómo actuar ante una emergencia, ya no puedo ser indiferente ante esto. Que ellos tengan otra forma de ver la vida.

He visto muchos videos del sismo y cada vez que encuentro alguno, veo algo diferente. Mi más grande admiración y respeto por ellos y aquellas personas que arriesgaron su vida para salvar a otros. A ellos dedico este relato.

El 15 de mayo del 2018, la Asociación de Padres de Familia de mi escuela, nos preparó la acostumbrada comida del Día del Maestro. Nos dedicaron media hora de agradecimientos por haber cuidado a sus hijos el día del sismo.

Nos compartieron una carta escrita en nombre de todos los papás, valorando y agradeciendo nuestra labor. Una carta realmente conmovedora hasta las lágrimas.

Doy gracias a Dios por seguir aquí y es una nueva oportunidad para salir adelante.

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