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Anaconda. Lo tenía planeado, hoy por la noche apenas se quedara sola, llamaría mentalmente a su hombre en turno, aquél desconocido que le parecía tan atractivo, pero que a ciencia cierta no sabía, ¿con que soñaba?, ¿cuál era su platillo favorito? o ¿qué fragancia usaba?, vaya ni si quiera conocía su nombre; no tener respuesta para cada una de sus preguntas la hacía sentir incomoda hasta cierto punto contrariada.

Pero si con alguien debía tener gratitud sería con las benditas feromonas, lenguaje químico responsable de sentir esa atracción casi animal.

Terminó de aplicarle la inyección para enseguida mirarle a los ojos, ahí ya tenía el deseo pegado a su piel, lo supo apenas sintió la mañana siguiente la blusa de seda deslizar lenta y  suavemente rozando sus pezones, la eligió pensando que lo vería otra vez, lo visualizaba, podía verlo entrar de nueva cuenta al consultorio, pero asegurarlo era tan incierto como echar una moneda al aire, la quietud en el ambiente le hacía saber que otra vez estaría en el consultorio buscando un pretexto para verla, lo sentía tan presente en cada una de su inhalaciones al respirar, como era posible sentir aquello si apenas lo conocía quiso retractarse no será mejor ¿elegir a un galán de cine? para esa  maniobra delicada, común y al mismo tiempo complicada, pertenecía al dos por ciento de mujeres que podía conseguir el orgasmo sin estimulación genital, la ciencia jamás podría ofrecerle una explicación científica a la respuesta biológica de su cuerpo.

Antes de llamarlo prendió las velas aromáticas,

abrió el chorro de agua caliente en su tina de baño, coloco las sales para el cuerpo y lentamente ahí teniendo como único testigo al agua deslizo lentamente la mano hacia el centro de la entrepierna, acariciar, frotar, aumentar el ritmo de la fricción para llegar al éxtasis, o como era costumbre bastaba poner la radio con su canción preferida, ver los dedos de sus pies moverse fuera del agua al ritmo de la melodía cerrar los ojos y pensar en ese hombre que le quitaba los pensamientos y así sin más ni más, llegar al orgasmo, ¡aaaah! ¡Qué rico! exclamo divertida para sí, rico como el café tibio en la mañana, rico como el gusto culposo del pastel de chocolate comido a escondidas, rico como la última copa de vino acompañada de la risa de su mejor amiga antes de ser vencida por el cáncer.

Cabello recogido en un moño, arracadas de oro, piel que denotaba extensas jornadas de limpieza y cuidado, bata blanca, ahí estaba la doctora abriendo la puerta del hospital, treinta años repitiendo la misma rutina, acudir al trabajo para poder auxiliar a otros, ¡ruuuum!,¡ rrrrrrrummmmmm!, ¡rrrrrrummmm! el potente motor de un vehículo de dos ruedas le hizo girar la cabeza, una figura conocida escondida tras un casco de motocicleta deportiva, algo le decía que era él, giro la cabeza volvió a centrar su atención en la puerta principal del hospital, entró  saludando con un! buenos días!, solicitó a su asistente empezar con la consulta, aquél hombre tan importante con mil actividades para resolver el mundo, se encontraba sometido por una linda sonrisa, su sonrisa.

Puso un pie en el inframundo acostumbrando a sus tiempos y necesidades,

pero en el inframundo todo tenía un costo y eso él lo sabía a la perfección, quería y tenía como pagar el precio,  la moneda, una  espera  de dos horas, había que bajar de ese potente motor, sacarse el casco desenfundarse los guantes y volverse un mortal más.

¡Hola doctora buenos días!, le solicito por favor que sea lo más breve posible, tengo un poco de prisa, ¡si claro!, le contesto ella sin siquiera voltear a verlo, le entrego la caja con el antibiótico, ella extendió el brazo, abrió el cajón saco la jeringa y al intentar obtener el líquido de la ampolleta aplico tal fuerza que el líquido se desparramo en su blusa de seda justo en medio de  los dos botones superiores que había olvidado cerrar de su bata blanca, de manera inmediata casi por inercia saco de su bolsillo un pañuelo impecablemente blanco, cuando se dio cuenta ya tenía la mano en medio de sus senos redondos como naranjas tratando de limpiar el medicamento, se descubrió tocando su piel extremadamente suave, olvido el pañuelo comenzó a juguetear con sus senos, con una rapidez adquirida propia de la práctica en menos de un minuto ya le había desabotonado la bata y despojado de la blusa, ella lo miraba con los ojos desorbitados, había quedado como estatua de sal, impávida de una sola pieza, él le acerco su sexo en medio de las piernas.

¡Madre santa! exclamó, ella hizo un cálculo rápido en su mente ¿dónde pasarían siete centímetros de diámetro? de solo imaginar una simple penetración  pensó en el dolor que le produciría hace tanto tiempo que no estaba con nadie, era la serpiente más grande que en toda su vida había sentido, era de un tamaño intimidante, pero ella ya era presa de sus colmillos,

había que actuar rápido porque esa anaconda podía acariciarla suave y lentamente o podía triturarla y tragarla por completo.

¡Toc!, ¡toc!,  se escuchó en la puerta, doctora tiene una llamada, respondió con voz nerviosa, ¡si gracias, enseguida la tomo!, cuando se dieron cuenta del lío en que estaban metidos se repelieron como imanes, ella le dio la espalda, se colocó la bata sin la blusa, le solicito retirarse de inmediato al tiempo que él enfilaba sus pasos a la salida, le hizo entrega de una  tarjeta con su  número privado, ¡lláma por favor!, este lugar no es el más indicado, él asentó con un movimiento de cabeza y las mejillas sonrojadas.

¡Rrrr!, ¡rrrr!, vibraba el celular sobre la mesita del baño indicando llamada de un número privado desconocido, ¡hola!, ¿estás en casa?, ¿aún sigues despierta?, si respondió ella toda desconcertada, mojada y sumergida aún en la tina del baño, en cuanto escuches el sonido empuja la puerta,  apartamento 703 ahora puedes pasar, cómo si conociera el departamento de una vida antigua se dirigió a la habitación principal donde se encontraba la bañera sumergió los brazos casi hasta la altura de los bíceps, la tomo por las nalgas la levanto en vilo para arrojarla sobre la cama ella quiso resistirse, y se agazapo en una orilla, recordaba ese mortífero reptil que había podido palpar horas antes, boca abajo trato de alejarse para ser alcanzada por tremendo zarpazo que la atrajo hacia la orilla de la cama, peleando como gata boca arriba no tuvo más tiempo que santiguar su cuerpo cerrar los ojos  y asumir las consecuencias de abrir la puerta a un desconocido que no tuvo piedad de ella,  tremendo animal necesitaba de los diez minutos estrictos para atacar y devorar a su presa, una vez cumplido su cometido se volvió lenta y torpe… apenas abrió los ojos se dio cuenta que la puerta seguía cerrada, la vela se había apagado y estaba completamente sola en la habitación.

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