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Dentro del mundo del deporte de alto rendimiento existe una disciplina que destaca por su belleza y complejidad: el ballet.

Curiosamente, la estética del ballet es lo que induce a muchas personas a olvidarse del tremendo esfuerzo físico que requiere un bailarín profesional para lograr las posiciones tan exigentes de esta disciplina, y no sólo eso, sino también del logro que implica hacer los ejercicios con una gracia tal que parecieran fáciles y delicados de realizar.

Debido a la belleza y las historias del ballet, esta danza se asocia a las mujeres: delicadas bailarinas vestidas de gasa y tul, que se mueven sobre puntas agitando sus largos y suaves brazos mientras sonríen dulcemente; y sin embargo, el ballet necesita de los hombres, pero incluso todavía más allá: el ballet fue creado por los varones.

El ballet surgió a finales del siglo XVI para complacer la alta aristocracia de la época. Por su alto nivel de complejidad, no sólo en movimientos sino por todas las artes que acompañaban a la danza (ópera, poesía, música, arte dramático), se consideraba como parte de las Bellas Artes y por lo tanto sólo los hombres de clase alta podían darse el lujo de formar parte de las compañías. Muy pocas eran las mujeres que tenían la fortuna de llegar tan alto, y ni siquiera contaban con una vestimenta especial para su trabajo, a diferencia de los varones que vestían con trajes de gala de la época.

Durante el siglo XVIII, con la caída de la Aristocracia, la popularidad del ballet entre los varones fue decayendo, y esto dio paso a un auge de las mujeres, tanto así, que para el siglo XIX ya no había hombres suficientes para interpretar los papeles. A partir de este momento, el ballet se convirtió en el imaginario colectivo en una actividad artística femenina “por naturaleza”.

La exclusión de los hombres del mundo del ballet continúa hasta nuestros días en numerosos países, como es el caso de México, en donde, a pesar de contar con el mejor bailarín del mundo, las escuelas cuentan con muy pocos varones. Tan sólo en 2016 más de 400 aspirantes hicieron audición para entrar a la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea, de esa cantidad sólo 25 eran del sexo masculino, únicamente cinco lograron integrarse como alumnos.

Imagen: El Comercio Perú

En las escuelas privadas el panorama no es muy diferente: los salones están llenos de niñas con mallas rosas y leotardos, ningún varón. Muchas veces sucede que, a pesar de que los niños tienen interés en bailar, sus padres no sólo no lo permiten sino que lo descalifican.

Existe una gran cantidad de varones que conoce el mundo del ballet gracias a sus hermanas o primas, pero la entrada les es negada sólo por ser del sexo masculino. Esto no sucede sólo por causa de los padres, sino que también ocurre en algunas pocas escuelas e incluso en casas de cultura, las cuales sólo admiten mujeres como alumnas.

Es por todo esto que los hombres llegan en edades muy tardías al mundo del ballet y no logran desarrollar todo su potencial, pues requieren años de entrenamiento. Es por ello que se recomienda entrar desde edades tan cortas como los 8 ó 9 años.

El ballet es estética y deporte al mismo tiempo. No es fácil de ninguna manera, requiere de mucha disciplina y arduo esfuerzo, dedicar la vida a este mundo es un logro excepcional y no cualquiera lo logra. Y debería incentivarse la participación no sólo de las mujeres, sino de los hombres que se han ido relegando por las falsas creencias respecto a lo que significa “ser un hombre de verdad”.

Hoy más que nunca el ballet necesita hombres, y eso significa una invitación a padres y tutores para deshacernos de nuestros prejuicios y dejar de creer que el baile “es sólo para niñas”.

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