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Un día como cualquier otro, una semana como cualquier otra, salvé a una persona.
Todo comenzó un día que olvidé comprar material que requería en una papelería que pertenece a mi familia, en este caso un folder y un broche para el mismo. La razón de mi necesidad era cumplir con una tarea para la escuela, por lo que debía comprarlos la tarde anterior a asistir a esta.
Salí pues a una papelería cercana, en realidad estaba cruzando el bulevar que todos recorríamos constantemente día a día, algunos para ir al trabajo, otros para ir a la escuela o de compras, a pie o en automóvil, no importaba. Finalmente lo crucé para llegar. A mi encuentro salió para atenderme una señora, una señora que siempre me había brindado su atención y amabilidad, poco después compré el folder y broche que necesitaba y pagué cuatro pesos por todo.
Mientras tanto, salió a la plática el caluroso clima que reinaba ese día, la señora me confesaba su gran fatiga y cansancio por lo mismo, su presión había bajado y me pidió como gran favor que fuera a la tienda a comprarle algo para que se pudiera restablecer, por lo que de manera atenta y con afabilidad acepté.
Crucé el bulevar y llegué hasta la tienda que yacía junto a mi casa, compré un refresco y repitiendo la misma maniobra, regresé a la papelería. La señora ya se encontraba sentada en una cómoda silla y, con gran fatiga pero alegría al mismo tiempo, me agradeció por haberla ayudado.
Después de unos minutos y cuando la señora ya se hubo sentido mejor, me retiré con mis compras. No obstante, antes de entrar a casa, miré al cielo revestido de azul y nubes blancas dispersas, ahí comprendí todo lo anterior.
Aun por pequeño que pareciese, había sido la salvación de aquella señora dueña de esa papelería. Pues si hubiera decidido adquirir el folder y el broche que ahora poseía, y que me habían costado cuatro pesos, en la papelería de mi familia, no hubiera ido con ella, su presión la habría debilitado en el intento de ir por un refresco a la tienda, y posiblemente al cruzar el bulevar, se hubiera desvanecido en medio de éste, dejando su vida a la deriva entre carros y personas que tal vez la hubieran auxiliado, pero tal vez no a tiempo.
Ahora comprendía el valor de cuatro pesos en conjunto con un increíble destino. Y una pizca de bondad.

¿Y tú, tienes la razón? ¿Cuántas veces crees tener la razón?
¿Para que nos sirve la ciencia?

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