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Un día, sin quererlo, me di cuenta que estaba perdiendo la fe, y no la fe de la que hablan las religiones.

Mi fe en las personas se estaba extinguiendo, no podía creer que somos capaces de hacer cosas que lastiman a las personas que queremos. Padres abandonando a sus hijos, personas robando a los que menos tienen, en fin… robos, asaltos, violaciones, asesinatos y tantas cosas habidas y por haber.

Vi al mundo hundido en la podredumbre, hombres viciados por el dinero. Sí, esa cosa tan valiosa que corrompe hasta al más honesto de los hombres, la gran mayoría de las atrocidades que suceden en el mundo son causadas por este objeto.

Y pensé que aquel que inventó la monetización de la vida tuvo una pésima idea. Tal vez deberíamos seguir siendo una especie salvaje y sin sentido común.

Imagen: El País

Luego vi por primera vez, y de primera mano, esa inocencia que había olvidado.
La inocencia de mi hijo, sin maldad, sin ambiciones, sin el más mínimo deseo de sentirse superior a nadie. Me di cuenta que la solución está en nosotros mismos, en lo que enseñamos a nuestros hijos.

Muchos padres les enseñamos a querer lo mejor y tener más que los demás, y considero que esto es un error. Deberíamos mostrarles que se tiene lo que se gana con esfuerzo.

Debemos hacer que comprendan que no es malo que alguien tenga algo mejor, sino que es bueno para él y si se desea tener cosas mejores se debe trabajar duro para conseguirlas.

Imagen: Yo Influyo

Al pensar en todo esto me di cuenta que mi fe renació y que debo ayudar a construir un mejor mundo con la educación de mi hijo para que sea una persona de bien.

Una persona indispensable para la sociedad, responsable, limpia y educada.
Y lo mejor que puede aprender lo aprenderá en casa.

¿Por qué sentimos miedo?
Todos lo saben: de secuestros y amores de provincia

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