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En la primavera del año… (doy un paréntesis porque está escritura es un juego fabuloso que disfrutó todos los días) es la forma cursi de iniciar un recuerdo pero no hay nada de eso en estas hojas que sigues leyendo, si lo notaste, están cargadas de rencor y rechazo a los otros; no tengo rechazo por toda la sociedad lo aclaró, para que no se transforme esto en un dolor de huevos que te impida seguir leyendo.


Al chino ese lo conocí tal vez cuando tuve las 17 calenturas, una familia lo arropó en su hogar por dos años, me sorprendió mucho que tuvieran ese gestos de fraternidad. Un gordo con la piel picada, seca, renegrida, cabello rizado, panza inflada y apático hacia lo que se suponía era la función de padre o jefe de familia. La primera al mando, la esposa. Una señora semisonriente, con abundante cuerpo, talla extra grande y piezas confeccionadas a la medida de la redondez.


Tenían dos hijos, el mayor era alto, usaba lentes con la mirada caída, sin humor, con la habilidad de presumir todo el día las bocinas y sus cassettes. Conducía un Renault Rojo Modelo Desconocido y cuando no lo aceleraba lo desarmaba. Tres veces a la semana cambiaba los cables, movía las bocinas de lugar, bajaba los sillones, dejaba uno o dos o los tres, quitaba la batería, colocaba otra y, así con el cajón de audio. El mismo ritual cada semana. El Renault Rojo Modelo Desconocido salía a carretera una vez cada quince días o dos máximo, se quejaba por la gasolina.


Sus padres intentaban ser recatados, jamás los ví tocarse, ni cruzar frases de amor, caricias o besos. Ella ya está muerta. Por las tardes dormía la siesta, su hijo menor, decía eso cada vez que los otros vecinos lo invitaban al llano a la cascarita de fútbol. No salía, no tenía permitido despertar a su madre para solicitar un permiso. El día que decidió no esperar y escapar conoció a Betzaida. Una adolescente de la calle de junto. Igual que él, encerrada entre los barrotes del saguan. Él volvió a escapar dos veces más y Betzaida quedó embarazada. La madre del sujeto despertó para no permitirlo y lo volvió a dejar en casa, ella siguió durmiendo todas las tardes.


Era profesora y murió en casa de sus padres en una localidad llamada Temascalcingo. Su cuerpo pereció en la cama que tenía de niña, se quedó dormida por un paro respiratorio fulminante. Al mes siguiente murió el marido. Tal vez de tristeza o quiso alcanzarla para no ser el responsable de despertarla o para darle algo bueno de que hablar a la gente sobre ellos.


Los conocí y saludé por algunos años, su casa situada a la entrada de la calle, fue testigo del día en que Miguel su vecino a la distancia de dos casas le gritó a su padre delante de todos y le aventó una escoba ¡Chinga tu Madre Puto ! fue tan rápido que los brotes de risa aún resuenan en mi garganta. El palo golpeó su boca y descubrí que tenía dentadura postiza y una nariz fragil como el papel. Después de la burla recorde el día, en que el doctor llegó a su casa con las compras para la comida de domingo, bajo del auto con una bolsa de plástico llena de carne pegada al cuerpo sujetada con la presión del antebrazo, intentando sacar todas las cosas con una sola mano, se le fueron las llaves al piso, se agachó y se salieron los filetes de bistec. Los levanto a toda prisa mientras intentaba sacudir la tierra pegada en la carne, me vio, se dió la vuelta y entro a su casa corriendo. Por un momento quise sentir pena por él. La esposa del doctor también está muerta la depuró de este planeta y de aquella colonia un apreciable cáncer, nunca sobrará decir que por algunas razones siempre fue desagradable para mí.

Ese lado de la calle tiene más muertes que las casas de enfrente. Pero bueno este corolario es solo parte del gusto por rememorar el caos de ir viviendo emparentado con la gente de las vecindades. Esa casa fue en dónde vivió el Chino al que recibieron durante dos años. Está vacía, la ausencia no se percibe mucho, se siente igual que en esas tardes, mientras la gorda dormía sin querer ser molestada; es un fantasma en la cama.


Me alegre por la muerte de esos cuerpos, su mente jamás estuvo viva. La historia del Chino es algo diferente, él siempre estaba en la calle disfrutando de sus experiencias de vivir en el extranjero pueblo de Atlacomulco, aquí en dónde persigo el intento de recordar cómo se llamaba ese puto chino.


Paternidad Literaria
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