Tengo en mi laptop un archivo que nombré El Jardín de Mamá, de cómo ha ido creciendo, bajo el atento y cariñoso cuidado de mi hermano menor David, que a falta de no poder ir a visitar a mamá seguido por la cuarentena, nos envía videos del avance, bajo la casi sublime supervisión de mi mamá.
Mi mamá siempre supo en qué momento contar “uno, dos y tres» con tal precisión que yo podía dar confiada ese paso al frente con la seguridad de que era el momento perfecto.
Desde que comenzó este encierro he estado rogando para que todo pase pronto y volver a ver a la gente que amo, y ahora que vuelvo a ver a mi madre ¿cómo le pido al tiempo que vaya un poco más lento?
Mis hijos, ahora ya adultos, son cada día más libres e independientes. Obviamente ellos saben, aunque no tengan registrado el recuerdo, que cuando eran pequeñitos, apenas a unos días de su nacimiento, estaban totalmente indefensos y dependían completamente de la protección que les dí con mis manos, el amor que arde en mi corazón por ellos, y de la leche que manaba de mi pecho, tan lleno de amorosa esperanza y nutrientes únicos, para que ellos pudieran sobrevivir.
Qué difícil me resulta aceptar que mis hijos hoy ya son adultos y que ya quieren volar con sus propias alas, por sus propias decisiones y hacia sus muy personales destinos, y sin embargo, tengo tanto miedo.
Pasé toda la tarde revisando la ropa que me enviaron y recordando momentos… Cada prenda me contaba una historia, y sé que hay historias que se quedan guardadas en secreto.
