Solía sentarme a la orilla de la playa al caer la noche, buscando una razón de lo que era o de lo que creía ser, si así es noche tras noche, a veces caminaba sintiendo la arena, otras veces andaba en bicicleta, pero jamás entendía porque sentía que yo formaba parte de esa maravillosa luna que noche a noche se mostraba con sus mejores ropajes ante aquella olas tan tranquilas, pintando en ellas una maravillosa silueta.
Y llego el día de partir de esa tierra que me vio nacer y de ese maravilloso lugar que cada noche me lleno el alma de tranquilidad y paz, de aquellas aguas que guardaban mis lágrimas más sinceras, sabía que no encontraría un lugar igual a donde iba, sabía que no volvería a sentir la sensación tan satisfactoria de esas noches, que el olor salado de las olas y la arena fina entre mis manos solo serían un recuerdo, de aquellos que se llevan en el corazón.
Es hora de partir –se dijo a misma con una nostalgia que invadía mi corazón, sabía que me esperaba algo mejor o algo mas grande como lo solían llamar, pero ¿acaso uno puede dejar su vida en un lugar para comenzar en otro totalmente distinto?
Si ciertamente comencé mi vida en otra tierra, ahora vivo otra vida distinta a la mía, pero ahora sé que un día volveré a ese lugar que sabe mis más grandes secretos y mis más pesados dolores, un día volveré a formar parte de esa luna que muchas noches ilumino mi vida y a esas aguas que chocaran en mi juntándose con esa arena que han dado los mejores carias a esta piel. ¡Un día volveré!
Y así termino esa página del diario de Mariana, guardando el recuerdo de esa noche que partió a un nuevo camino ,a una nueva vida.
Culminando un día más lejos de sus orígenes que seguían vivos en su corazón. Y esa noche abrió la ventana y viendo como le sonreía la luna se abrazó a si misma aceptando cada día de su vida, lejos de esa tierra que dejo hace un par de años.
