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Todos los días me levanto a las 5:00 a.m. para ir a trabajar, me doy prisa para salir a tiempo, tomar el transporte que me lleva al paradero del metro Indios Verdes en la Ciudad de México y de ahí hacia el trabajo, cumplir con la jornada laboral, realizar alguna actividad deportiva para despejar la mente y posteriormente regresar por la noche a casa. Esta es la rutina de todos los días y seguramente es casi la misma para miles de mexicanos en esta gran urbe y con sus variantes en cada punto del país. Salimos temprano para ir a trabajar, estudiar, acudir a una cita, realizar un trámite, entre un sinfín de actividades, que nos hacen personas productivas.

En nuestra mente tenemos una gran cantidad de pensamientos, desde lo que vamos a hacer al día siguiente, los planes para el fin de semana, los pendientes por realizar en casa, tener metas para el corto y mediano plazo. Toda la vida nos la pasamos imaginado el futuro: que hacer y cómo lograrlo, pero en lo único en que sinceramente no pensamos es cuando vamos a morir y aunque esto es algo que sabemos, que a todos nos va a pasar en el algún momento de la vida no lo tenemos tan presente.

Pero con tanta violencia e inseguridad en el país, al menos desde mi perspectiva ya no me siento segura del lugar en donde vivo, de salir a la calle a dar una vuelta sin importar el horario, el que uses el transporte público o vayas en el auto y seas víctima de la delincuencia, vives son la incertidumbre del ¿Qué pasaría si hoy ya no regreso a casa?. Muchos dirán, que es algo fatalista y dramático, pero cuando es más recurrente la violencia, ya no solo son los casos que se vuelven mediáticos, si no por el contrario te enteras que gente cercana a tu familia, vecinos, amigos, colegas son extorsionados, asaltados o incluso mueren en manos de la delincuencia, es cuando piensas: no merecemos vivir así.

Te arrancan la vida, sin miramientos, sin ningún temor, ni vergüenza. Es como si arrancaras las hojas de un cuaderno y las tiraras a la basura y no te importara absolutamente nada. Cuando alguien muere de esa manera, no solo se termina la vida de esa persona, también matan en vida a sus familias, amigos, vecinos. Antes pensábamos que los hijos entierran a sus padres cuando llegan a la vejez, ahora son los padres quienes entierran a sus hijos, a sus nietos, a sus hermanos. No solo se mata a una persona, matas a una sociedad lentamente porque pierdes a personas valiosas que todavía tenían mucho que aportar a la gente que los rodeaba y a la sociedad.

Ojalá y las autoridades en verdad apliquen las leyes con todo el rigor y se castigue a todos aquellos que han cometido delitos de esta magnitud, porque de no ser así la misma sociedad estará haciendo justicia por su propia mano.

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Perdón y reconciliación

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