En los albores del cosmos, cuando los dioses aún forjaban el mundo, surgieron las Moiras, las tejedoras del destino. Tres hermanas inmortales, vestidas con túnicas blancas y semblante imperturbable, se alzaron sobre el hilo de la vida de cada mortal. Su nombre, Moiras, resonaba en los susurros de los vientos y en el latido de los corazones.
Cloto, la hilandera, sostenía una rueca y un huso. Con manos diestras, tejía la hebra de vida al nacer. Cada giro de su rueca marcaba el inicio de un camino único, entrelazando esperanzas y desafíos. Los dioses observaban, sabiendo que Cloto tejía el destino de reyes y campesinos por igual.
Láquesis, la medidora, extendía el hilo a lo largo del tiempo. Su mirada penetrante abarcaba pasado, presente y futuro. A cada mortal le asignaba su porción de existencia, trazando líneas invisibles en el tapiz cósmico. ¿Cuántos amores, cuántas batallas, cuántos suspiros? Solo Láquesis lo sabía.
Átropos, la implacable, portaba las tijeras doradas. Al final del camino, cuando el último aliento se escapaba, ella cortaba el hilo. Nadie escapaba de su decisión inexorable. Ni reyes ni mendigos. Ni dioses ni titanes. Todos, sin excepción, caían bajo su hoja afilada.
Las Moiras no solo tejían vidas, sino también tragedias. En el Olimpo, Zeus temía su poder. A veces, incluso los dioses eran víctimas de sus hilos. Pero ellas no eran crueles; simplemente cumplían su deber. Hasta los dioses debían aceptar su destino.
Se cuenta que en Delfos, solo se rendía culto a dos Moiras: la del nacimiento y la de la muerte. Afrodita, en su aspecto de Afrodita Urania, también era considerada una Moira. ¿Quién mejor que la diosa del amor para influir en los hilos de la vida?
La leyenda cuenta que, en una ocasión, un mortal desafiante intentó. Buscó eludir su destino, pero Átropos no toleró tal insolencia. Las tijeras cayeron, y el hilo se partió. El hombre cayó al abismo, su vida truncada.
Aún hoy, cuando alguien duerme plácidamente, decimos que está en los brazos de Morfeo. Pero no olvidemos a las Moiras, las guardianas de los hilos invisibles. Ellas tejen, miden y cortan, recordándonos que todos somos parte de un tapiz cósmico, entrelazados en un destino compartido.
Así, las Moiras persisten, inmutables, en su labor eterna. Sus nombres resuenan en el viento, y sus ojos vigilan cada nacimiento y cada despedida. En el tejido de la existencia, somos hilos fugaces, pero en su memoria, perduramos como parte de un todo indeleble.