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Sin la más mínima intención de hacer gala de belleza, una gabardina a tono de su pants y sus gruesos calcetines, en ese frío edificio, insistía en buscar el número 17 de aquella oficina. Subió las escaleras que le parecieron interminables, avanzó sobre el pasillo, dio vuelta a la derecha, miró la silueta de la mujer, sin reconocerla aún, parecía que el cristal cobraba vida, púes emanaba un frío que parecía rayos de sol, pero a la inversa.

La mujer sentada dentro de la pequeña oficina, parecía no tener la más mínima empatía con ella, apenas ella asomo la cara en la puerta, pudo reconocerla.

Estaba ahí sentada, implacable, pulcra, cabello lacio, cara inexpresiva, sin haber cambiado un ápice su lenguaje, le lanzó una mirada de repudio, el mismo que le había manifestado el día que contrajo nupcias con su padre – ¿a quién busca preguntó?, – respondió ella, – equivoqué el número- se alejó a toda prisa, rezando porqué la joven mujer no la hubiese reconocido.

En otros tiempos emparentadas por un lazo legal ahora inexistente sin mirar atrás, percibió la presencia de la mujer que a toda prisa salía de la pequeña oficina para corroborar que esa cara le parecía conocida.

Frente al elevador y a medio pasillo de manera insistente tocaba el timbre de llamada del elevador, no podía ser que después de tantos años, los recuerdos vinieran así, intempestivamente a golpear su vida.

Entró al elevador, y esté en lugar de descender, empezó a girar, como regresando al pasado, cuando entro al elevador estaba sola, cuando comenzó a girar, aparecieron uno, dos, tres acompañantes, ahora ya una multitud de personas, que se apretaban contra ella haciendo más difícil la respiración.

Girar, – ¿un elevador que gira, como una nave espacial?, cómo si hubiese lanzado la expresión en voz alta al viento, una voz femenina respondió desde el extremo mismo.

-Es muy normal que este elevador haga lo que se le da la gana-

No pudo poner cara a esa voz, sin embargo, el sonido de la misma, le pareció familiar, tan familiar que le proporciono la tranquilidad para seguir girando plácidamente.

Los minutos que le parecieron una eternidad habían llegado a su fin, la gente empezó a descender del elevador, obligando a avanzar más rápido y a tropeles, la multitud seguía empujando a ningún sitio en particular, avanzar al frente, sólo al frente, en el extremo derecho pegado al muro de arbustos, cayó un anciano delante ella, como pudo se agacho, para enseguida preguntar si estaba bien, le auxilio a levantarse, le tomó de la mano y siguieron avanzando tomados de la mano, dos completos desconocidos solidarios por la adversidad, ahora estaban volviendo hacia el elevador separados del otro carril únicamente por un muro de arbustos al que fueron aventados un par de veces. El recorrido tan breve llegó a su fin, las manos entrelazadas del anciano y las de ella, se separaron.

Lanzó una mirada larga para divisar un prado verde de dos metros por uno, ¡sí¡, un prado en medio de un conjunto de edificios corporativos que semejaba un oasis en medio del desierto, el espacio entre las tres o cuatro torres de edificios, aún dejaba filtrar apenas unos cuantos rayos de sol.

Ni un segundo dudo, su alma gritaba la necesidad de palpar la naturaleza en medio de toda esa turbulencia, se retiró las zapatillas deportivas, las calcetas y respiró aliviada al sentir el cosquilleo del pasto, con la sensación del césped en sus pies y la mirada clavada en el suelo, decidió sentarse en flor de loto, observando a las hormigas, a ciencia cierta había perdido ya la noción del tiempo, cuando cayó en la cuenta  que una figura hacía ya un rato parada enfrente suyo,  la silueta impedía el paso de los rayos del sol, se colocó las gafas empañadas, la imagen apareció borrosa, se retiró las lentillas, y con la orilla de la camiseta de algodón procedió a limpiarlas, nuevamente se las colocó, mientras que  él joven se retiraba la capucha de la sudadera, dejando al descubierto su rostro en otros tiempos “tan alegre” y con una expresión de enojo reclamaba, porqué había desaparecido de sus vidas, quiso responder pero  del fondo de su garganta dolorida  solo surgió un sonido que se asemejaba más al bramido de un animal herido, que a una expresión de tristeza. Sentada en flor de loto con los pies cruzados observaba ahí al joven en otros tiempos alegre, parado tapando el sol con el enojo evidente en la mirada, se limitaba a observarla, mientras ella bramaba, gemía y lloraba.

No era por él, lloraba por todos esos momentos a los que la vida la había llevado a rodearse de personas bellas, personas de todas las edades, la abuelita amorosa que le recordaba a la suya, la  suegra amorosa que le recordaba a su propia madre, las hermanas y cómplices, ahora disfrazadas de cuñadas, los niños con sus caritas tiernas e inocentes que le recordaban a los hijos, tantas querencias que hacía muchos años ya no estaban más en su vida, no más manos cálidas, no más risas, esas miradas afectivas que estuvieron ausentes y que al igual que ella también la extrañaron, por fin habían encontrado  un breve espacio entre el tiempo y la realidad,  un espacio de tiempo llamado “sueño”, esa dimensión en la que tiempo, espacio y deseo coinciden  para reclamarse: las ausencias, los quereres  y porque no, también  para disfrutar las presencias.

Hecho lo anterior, era hora de continuar la vida, listos para perdonar, atesorar y siempre, siempre recordar, abrir los ojos y salir del elevador licuadora a la realidad ya con el alma reparada sin ninguna clase de reclamos.

Cholos Manyer
Duendes la raptan y enmudece

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  1. Siempre es bueno recopila las vivencias… Encontrar las partes heridas y tratar de limpiarlas las veces necesarias.

    Gracias por el mensaje.