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Como cada día, muy temprano por la mañana, ese miércoles salí a caminar por el parque de la colonia.  Ese parque es mi favorito porque tiene varios senderos diferentes, cada uno rodeado de un tipo específico de flores.  Cada quien puede elegir libremente cuál camino prefiere seguir.

Los miércoles, mi día favorito, me gusta tomar el sendero de las flores amarillas… El amarillo, es mi color preferido… En ese parque, en ese sendero, entre esas flores, me siento en completa libertad.

La mayoría de las personas con las que coincido en esas caminatas por el parque, van conectadas a sus audífonos. No sé si van escuchando música, algún audiolibro, mensajes de motivación, o si es un simple truco para evitar tener que saludar y que los dejen ejercitarse en paz.

Yo prefiero conectarme con mis deseos, con mis sueños, con mis proyectos, y mientras voy caminando trato de entender el por qué no los he podido materializar.

La lámpara mágica

Ese miércoles al que me estoy refiriendo, fue un miércoles particular.  Escondida entre las flores amarillas del sendero, vi una lámpara brillar.  Sin dudarlo ni un momento, fui por ella y, como era igual a la del cuento del genio, como un acto reflejo, la comencé a frotar.

¡Pufff! Salió una nube de humo púrpura, y en seguida la gran sorpresa ¡Se escuchó la voz del genio!  Aunque no pude verlo, yo sabía que era verdad… ¡Lo pude escuchar!

“Dime cuál es tu deseo” me dijo esa mágica voz, a lo que rápidamente respondí “quiero mucho dinero”.  Y ahí comenzamos a negociar esa mágica voz y yo.

–¿Cuánto dinero quieres? –me preguntó la mágica voz.

–Mucho, no sé, sólo quiero tener mucho dinero –un tanto ansiosa respondí.

–Tienes que decirme exactamente cuánto quieres, pues si no lo defines, no te lo puedo dar.

–No sé.  Tengo que hacer la suma de todas las cosas que quiero comprar.

–Entonces no es el dinero lo que deseas, sino las cosas que con él podrías obtener.

–¡Pues claro! ¡Para eso es el dinero! Quiero una casa propia, un auto nuevo y tomar vacaciones a bordo de un crucero.

–Muy bien –dijo la voz con profunda seriedad– Tomaré nota. Dime exactamente la descripción de tu casa, con lujo de detalle; también de tu auto marca, color y modelo; y el crucero ¿a dónde quieres viajar?

–¡Uy! Esto es complicado, no lo había considerado. Necesito unos días para poderlo pensar.

–Deja la lámpara en donde estaba, ya no la vas a necesitar. Te espero aquí mismo el próximo miércoles para que me digas con precisión tu deseo. Recuerda que si no está perfectamente definido, no te lo puedo dar.

–Muy bien, aquí nos encontraremos la próxima semana –le dije decidida –pero dime ¿Cómo te voy a llamar?

–Siempre estoy a tu lado, pero no me hablabas, mucho menos me escuchabas. Mi nombre es “el yo interno”, “subconsciente”, “inteligencia espiritual” o como me quieras nombrar.

Los tres billetes
La lucha de las minorías

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