Mi mamá siempre supo en qué momento contar “uno, dos y tres» con tal precisión que yo podía dar confiada ese paso al frente con la seguridad de que era el momento perfecto.
Para los vecinos mi padre siempre fue un hombre agradable, educado. Era imposible para ellos creer que mi padre nos haya golpeado. Esto no era una situación aislada, mi madre llevaba años sufriendo episodio similar a este, pero no hacía nada, por temor a quedar sola con sus hijos, sin la ayuda de mi padre para criarlos y mantenerlos.
Justo cuando la hija de don Fermín se llevaba a su padre, uno de los hermanos, al calor de las copas iniciaba una pelea con su hermano mayor. Insistían por saber a quién se le iba a quedar la casa de su padre. Así como dos autos, que con mucho sacrificio su padre se había hecho de ellos.
Desde que comenzó este encierro he estado rogando para que todo pase pronto y volver a ver a la gente que amo, y ahora que vuelvo a ver a mi madre ¿cómo le pido al tiempo que vaya un poco más lento?
Dijiste que me rescatarías de aquel castillo de piedra, que por mí lucharías contra cualquier dragón, hechizo de malvada bruja, ogro o maleficio… Nada de eso fue verdad.
Cuando era pequeña, mi papá me contó varias veces la historia de una joven campesina que consiguió un recipiente con leche para vender y así podría iniciar un gran negocio.
Dicen que ellas son “brujas”, no en el sentido ofensivo, sino sorprendidos de que ellas, como todas las mujeres (según ellos mismos dicen), puedan darse cuenta cuando ellos están mintiendo o tratando de ocultarles algo.
Por toda mi casa empieza a danzar el aroma de ese café recién hecho. Sube por las paredes, se desliza por los techos, invade sin respeto, cada rincón de mi casa, de mi mente y de mi cuerpo.
