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El viento tiene su propio sonido, también el agua, la tierra así como el cielo y todos los objetos celestiales, los cuales ahora mismo están emitiendo su propio sonido. Hay sonidos de dolor, de placer, de miseria, de alegría, para todo hay un sonido. Sonidos de vida y de muerte. Incluso sonidos de silencio.

Los sonidos del silencio me enseñaron quién era. A mis 37 años aprendí a escuchar el silencio dentro de una rutina donde estuve lejos de la convivencia social, fue ahí donde me escuché en esos silencios citadinos donde revotaban mis propios pensamientos.

Durante 4 años aprendí del silencio, pero después confundí el silencio con hacer callar mi voz. A mi alrededor llegó el caos, el dolor, perdí todo lo conocido en mi vida. Permití que otros hablaran por mí y perdí la fidelidad en lo que soy, y entonces en plena tormenta durante 4 días no pude emitir ningún sonido, los doctores le llamaron afonía.

Me comió el dolor, lloraba hacia adentro, al igual que las lágrimas que devoré. Duelo, decepción, pérdida, miedo… Creí entonces que ahí, en ese silencio moriría y así fue… La única manera de salvarme fue abrazando mi proceso.

Días después a mi afonía, y cuando poco a poco regresaba mi voz, sentí la necesidad de gritar y en vez de eso sólo pude tararear. Pasaron las lunas y después cogí un tambor, y fue entonces cuando apareció un eco fuera de mí, uno que me aliviaba y calmaba mis penas. No era cualquier canto, era un canto medicina que muchos años atrás había escuchado alrededor de un fuego sagrado, pero que en aquel entonces no resonaba en mí.

Nunca había cantado, nunca tuve bonita voz para hacerlo, carecía de ritmo y me daba vergüenza hacerlo frente a alguien. En secreto comencé a cantar. Cantaba de día, de noche, y cuando el clamor de mis emociones me lo exigían. Ese sonido, el de los cantos medicina fueron el bálsamo de mi salvación.

Morí cuando dejé ir los silencios, entonces renació una mujer que empezaba a deconstruirse, la que juntaba sus pedacitos y los ponía en la voz del corazón.

Mi muerte fue un regalo. Desde entonces me dedico a cantar, lo hago para este corazón que vibra y para otras mujeres que también pasan por procesos de autosanación.

Aprendí entonces a reconocer mis silencios y que este no significaba cerrar la boca ni taparme los oídos. Puedes cantar, bailar, reír hasta gritar en silencio… no se trata de “hacer lo que produce silencio” sino de “convertirte en silencio”.

Desde el reconocimiento de lo que somos, podemos crear diferentes intenciones con los niveles del sonido y yo decidí que el canto podía sanarme.

¿Por qué elige uno volverse silencioso? El silencio se trata de pasar de la compulsión (naturaleza compulsiva de la existencia) a la conciencia. Proponerse decir lo mismo con un número limitado de palabras te hará ser consciente del todo.

Hoy quisiera que otras mujeres se atrevan a escuchar su corazón, a cantar desde adentro, a ser silencio pero con una voz clara y firme de lo que son capaces de hacer, de romper las ataduras que nos hemos autoimpuesto.

Ser libres para decir ¡No más!, para decir con firmeza que somos nosotras las que nos habitamos y decidimos lo que queremos ser y hacer. Romper con los amores añejos, con patrones familiares, para dejar de satisfacer necesidades sociales irreales.

La voz y nuestra palabra es sagrada, es lo más valioso que tenemos, es el compromiso con lo que somos y pensamos, es la herramienta que ayuda a sanar a otras personas cuando decimos frases que alientan, que motivan o que llenan de amor pero también es la responsabilidad que nos pone límites para no herir a los que amamos; es la que nos da poder, la que nos construye, la certeza de nuestra fuerza, la calma de nuestro espíritu, el arrullo de ese amor infinito que podemos darnos a nosotras mismas.

Lo que me digo en los días malos, lo que me digo cuando todo se derrumba. La palabra bendita que me alimenta, que me sostiene, la que me posee, la que me da un trato amable cuando las heridas se abren.

Somos el canto de mujeres que aman, que se entregan, que dan todo y nada cuando se cansan.

Canta, canta, canta a tu propio ritmo, pero canta. Escoge el silencio como tu aliado, pero no calles. Coge un tambor, una sonaja, o con el ritmo de tus pies y tus palmas, cántale a la vida, a la muerte, al dolor y a tu felicidad. Canta a la que fuiste y a la que serás, canta a lo que dejas ir, canta a las personas que te hacen daño y hoy perdonas, canta a tu bendita tristeza, pero sobre todo cántate a ti.

Canta conmigo, para que celebremos juntas el silencio y el renacer de tu nueva voz.

https://laredaccion.com.mx/9-de-marzo/carmenboladohotmail-com/
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