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Año nuevo, propósitos por cumplir, proyectos que iniciar, descalabros emocionales…había tanto que platicar, pasar un rato y ponernos al día. En la blanca Mérida donde habito y habitan mis sueños, la heladez de esa noche de enero nos llevó a ese lugar para calentar la plática con un café.

Llegué puntual como lo hago habitualmente y me tocó esperarte como siempre.
_Por lo menos el lugar se ve lindo_ pensé mientras esperaba en la puerta.

Llegaste y entramos a ese patio lleno de banderines coloridos que abarcaban de pared a pared varios metros, en la entrada un colibrí enorme sobre una flor, pintado en la pared fue el escenario ideal para sacarnos la primera foto de la noche.

Ocupamos una de las mesas de madera color verde con sus sillas talladas con motivos mexicanos, sobre la barra de madera había frascos de vidrio con polvorones de corazón, donas azucaradas, bizcotelas, hojaldritas, detrás de ella salió un chico que nos trajo el menú.

Empezamos la charla con un café de olla y canela que nos sirvieron en unos jarros de barro, nos ofrecieron los juegos de mesa, libros, que al momento rechazamos ya que la plática iniciaba y el tiempo pasaba rápido.

El eco de nuestras risas   se colaba entre las mesas vacías, y de vez en vez soplaba los banderines del techo mientras el joven mesero se sonreía al vernos.

Una pareja ocupo la mesa de al lado, luego de ordenar, se tomaron las manos mientras el señor se soltó para limpiar el rostro de su acompañante que dejaba caer una lagrima. Su amor otoñal, ruborizaba el rostro de ambos, las arrugas en su rostro sin duda eran cicatrices de heridas hechas en batallas libradas por años.

Entre sorbo y sorbo de café el aire helado en mis mejillas me hizo sacar un abrigo de mi bolso y ver la hora, por lo que decidimos retirarnos, antes pedí informes de sus promociones, ya que el día de reyes estaba cerca y el lugar me pareció acogedor, divertido, para realizar una reunión familiar ahí, por el motivo de la “rosca”.

Enero transcurrió lentamente, día a día aferrándome a los propósitos me deje llevar a la rutina, dando paso a febrero que se esfumo sin darme cuenta, cuando empecé a leer acerca de un virus que desde China empezaba a causar daños.

Como habitante de Mérida Yucatán, escuchar de noticias de otros lugares me hace sentir ajena, esa sensación de lejanía de estar apartados es como un mecanismo de defensa que esos días utilice. En marzo 2020, en primavera, el virus llegó.

 Me tomo de sorpresa, no desprevenida, me hizo tambalear mas no caer, en ese momento la prioridad era sobrevivir, lo importante era lo que yo hacía en ese mal momento, no lo que quería que fuera y así pasaron diez largos meses.

Dentro de mi casa empecé a desarrollar esa capacidad de adaptación, las redes sociales además de entretener e informar se volvieron una manera de conectar con otros, con el exterior .Un día vi la publicidad de aquel lugar que visité en mis últimas salidas antes del cierre de negocios, vi que ofrecían servicio a domicilio, recordé aquel sabor a canela de su café, leí que pedían apoyo para que pudieran seguir adelante con su proyecto, Ese día pedí mis primeros cafés a domicilio, sentí tan raro ver llegar al repartidor, sentarme en mi sala a tomar el café que pedí en vez de prepararlo yo misma, a la vez que recordaba ese enorme colibrí en la pared.

Empecé a seguir la página, sus publicaciones invitaban a personas que hicieran postres a llevar su producto a el local del café para ponerlos en venta, a pequeños emprendedores a llevar sus productos, comercializarlos y repartirlos en toda la ciudad, ampliaron su oferta, podías pedir café preparado, café molido, postres, galletas, tostadas, condimentos, cajas de desayunos, miel.

Apoyaron causas con sus ventas, en momentos más complicados en epidemia y los huracanes que amenazaron nuestra península se ofrecieron como centro de acopio de víveres. En las redes sus publicaciones eran frecuentes, promovían el comercio justo, así como practicas ecológicas en su local.

Un día al realizar mi pedido no pude evitar preguntar al repartidor si en la pandemia estaban creciendo ya que desde mi computadora esa percepción me daba o como la mayoría de comercios estaban a punto de cerrar. El repartidor me comento que efectivamente, tuvieron que hacer uso de la creatividad, ser conscientes de que todo esto iba a pasar, que lo primero era dar la mano a otros, que de esto se tendría que sacar el aprendizaje y que lo mejor era corregir lo que se hacía mal y nos llevó a esto como pensar en individual, en ganar nada más, en buscar el éxito sobre otros, al final los había llevado a un nuevo modelo donde todos ganan , un modelo donde  si nos tomamos de la mano nos levantamos todos juntos.

Ese día el café que pedí me supo a canela y esperanza. Llego el día de la reapertura, uno de los primeros lugares que quise visitar fue ese lugar. Con medidas de higiene previas me senté a tomar un café sorbo a sorbo mirando cada rincón colorido de ese lugar.

Ese momento fue para mí como un continuar mi historia que se detuvo meses atrás. Pude ver el entusiasmo del personal en la cocina, los repartidores que surtían sin detenerse, el ruido al moler el café, el eco ya no estaba.

Al final me levante mire el gran colibrí sobre la flor y recordé una frase:

“El colibrí es el encargado de llevar y traer buenos mensajes de un lugar a otro, es mensajero de buenas nuevas, es el símbolo de la trascendencia” por eso le va tan bien a ese lugar, a Pooch Cafecito por el rumbo del Cheem bech en la blanca Mérida, donde ya acudí al tianguis navideño de productos locales y donde llevo mis tapas de plástico para apoyar a los niños con cáncer.

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