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Corrió con la fuerza que le daban sus piernas temblorosas. Corrió pese a sentir que sus pulmones se sentían a reventar ante la falta de aire. Ante la adrenalina que navegaba como fuego entre sus venas. La desesperación lo ha llevado hasta un sitio que no pensó volver a visitar, no mientras esa extraña mujer continuase hospedándose en sus entrañas. En cuanto le dieron acceso a la casa, Manolo fue en búsqueda de la misteriosa dama, con la esperanza de que en ella existiera respuesta a sus plegarias.

– ¡Señora Orna!

– ¡SEÑORA ORNA! -gritaba su nombre, mientras sus piernas lo llevaban hasta la habitación de la mujer.

El adolescente, como ya era su costumbre, ingresa a la habitación con la misma osadía con la que ya antes lo había hecho, pero sin dar esta vez, con el objeto de su búsqueda insistente.

– No tienes que gritar…-respondía una voz manifestándose sorpresivamente a sus espaldas-y mucho menos invadir habitaciones que no son tuyas.

– Señora Orna, por favor…imploro por su ayuda…sé que yo no tengo ningún derecho de estar aquí, pero es urgente.

– Yo robé su libro…ese libro que usted tan celosamente cuidaba, pero ya no lo quiero; ¡YA NO LO QUIERO!

– ¡Si quiere, yo mismo se lo regreso!, ¡Se lo devolveré ahora mismo!

– Puedo ver dentro de tus ojos inundados de miedo que has conocido el verdadero poder oculto de ese libro-en ese instante, los labios de la mujer se divisan en medio de una sonrisa burlesca-pensé que no creías en la brujería.

– ¡NO CREÍA!, ¡PERO AHORA CREO!, ¡CREO Y QUIERO QUE TODO ESTO PARE! -respondía casi entre ahogados gritos de dolor.

– No es tan sencillo, niño; cuando haces que un rio desemboque, ¿Cómo lo detienes?, ¿Cómo pretendes detener lo que tú mismo abres?

– Escucha, Manolo…-suspiraba profundamente-te diré la verdad entorno a ese grimorio. Y la verdad es que le pertenecía a un brujo muy poderoso de África. Un brujo al cual conocí mientras realizaba mi primer viaje a aquel continente, hace 10 años.

– En mi último viaje, desafortunadamente me enteré que ese brujo había fallecido…y acorde a su hijo, fue por culpa de ese libro. Un manuscrito maldito que ha cortado la vida de muchos brujos…

– Yo me ofrecí a traerlo hasta aquí para intentar exterminarlo con ayuda de unos chamanes. Unos chamanes que son reconocidos en todo este país (a pesar de ser un secreto a voces) por tener el suficiente poder y conocimiento para erradicar cualquier manifestación de brujería negra.

– Por supuesto que con lo que hiciste, las cosas han cambiado bastante. Y ahora yo debo regresar a África solo para reportar mi fallida misión. Pues, aunque lo dudes, existe una enorme vigilancia sobre ese libro.

– ¡Pero no ha sido una misión fallida!, ¡Si yo le regreso esa cosa, usted conseguirá su propósito y todo esto terminará!

– No, error-se apresuraba a interrumpirle-ahora que has abierto esa compuerta, no se cerrará tan fácil…al menos no para ti…al menos no mientras tomes la brujería como un juego.

– No es necesario que entres en detalle, niño; pero me doy una idea de la finalidad con la que ocupaste ese manuscrito. Lo usaste para cumplir tus más ambiciosos deseos, ¿no es así?

– Solo quería algunas cosas…-respondía entre tartamudeos-pero en lugar de eso, solo he sido testigo de dos muertes. Enloquecí a una chica…y como resultado acabó con la vida de alguien a quien realmente yo quería.

– Te metiste con el equilibrio natural de las cosas, Manolo; y eso traerá consecuencias.

– ¡PERO ES QUE NO LAS QUIERO!, ¡YO SOLO QUIERO SOLUCIONAR LAS COSAS!

– Se nota que utilizaste ese libro, sin estudiar a fondo sus repercusiones, ni siquiera las instrucciones a seguir-le miraba detenidamente- ¿Cuántas veces utilizaste ese libro?

– Dos veces…dos veces realicé el ritual…para pedir el amor desenfrenado de una chica, y un coche que jamás llegó.

– No te fíes, Manolo; todo lo que es solicitado mediante la brujería, tarde o temprano llega…pero no del modo en el que esperamos.

– Escucha…quizá aún tienes una oportunidad para acabar con esto…de la forma menos horrorosa posible. Aunque eso no garantizará que tu vida no quedará marcada eternamente, gracias a tu imprudencia.

– No importa, ¿Qué es lo que debo hacer? -preguntaba con preocupación.

Realiza el ritual por tercera vez…solicita la presencia de un demonio de jerarquía mayor. Y pide que el equilibrio que con tus deseos se ha roto, se reestablezca.

– ¿Qué? -le miraba visiblemente confundido-pero realizar esos rituales, solo me ha metido en problemas.

Te metiste con ese libro, Manolo. No mediste las consecuencias de tus acciones, tienes una oportunidad para regresarle a tu vida un poco del equilibrio cósmico que rompiste. Si dejas esto así, cosas peores seguirán pasando.

– Además, aún uno de tus deseos no se ha cumplido…y eso por el momento…te da un lapso de tiempo considerable para enmendar un poco de lo que hiciste.

¡Ah! -daba un paso hacia él-y una indicación más…puede que en esta ocasión…tras realizar el ritual, sientas la presencia de ese ente al que habrás de invocar…pero por nada del mundo, se te ocurra mirarlo.

– Si lo haces…tendrás un destino peor que la muerte, te lo aseguro…

– Está bien…lo haré, lo haré…-respondía al cabo de una prolongada pausa.

– Enfócate en tu misión, Manolo. No olvides la intención real de tu último deseo, no te distraigas. Y en cuanto termines, tráeme ese manuscrito de regreso.

El chico, tras aceptar las instrucciones de la mujer; vuelve a salir de la habitación y de aquella casa para encaminarse a la suya. Cruza por la puerta principal, camina por la sala y de la nada se detiene frente a la cocina, notando que dentro de esta una mujer lloraba desconsolada. Era una de las mucamas, que, sin haber visto la presencia del adolescente, seguía enjuagándose las lágrimas con ese pañuelo de suave seda.

– Inés…-le llamaba el chico- Inés, ¿Qué ocurre?

– ¡Manolo! -corría la chica hacía él, estrechándolo entre un sorpresivo abrazo- ¡Manolo!, ¡¿En dónde estabas?!; ¡He estado toda la tarde intentando comunicarme contigo!

– ¡¿Por qué no contestabas el celular?!

– Lo siento…pero es que me encontraba ocupado…-observaba los ojos llorosos de la mucama, quien, con tan solo posarlos sobre él, ya parecía estarle haciendo más que un reproche.

– ¿Qué es lo que está pasando, Inés?

– Tus padres, Manolo…-atendía finalmente a su pregunta, luego tras dar un trago de saliva que buscaba darle la suficiente fuerza para darle tan cruel noticia-están muertos.

La noticia, resultó ser más que paralizante. El tiempo por un instante se detuvo para Manolo. Sobre su pecho se colocó una fuerte opresión que lo inhabilitaba de poder respirar. De poder si quiera jalar aire para sus pulmones. Y sus piernas, se sentían romper como dos simples y frágiles ramas que dentro de poco ya no podrían sostenerlo.

Ellos se accidentaron en la carretera…cuando regresaban de una reunión a las afueras de la ciudad…un camión se les atravesó en el camino…-explicaba entre sollozos-los embistió…

– No…eso no puede ser; ¡NO PUEDE SER! -exclamaba horrorizado- ¡ELLOS NO TENÍAN NINGUNA REUNIÓN!, ¡NO LA TENÍAN!

– ¡INÉS! -se escuchaba que un hombrecillo, ingresaba a la casa con toda la apuración que lo llevaba a correr en dirección a la cocina.

Era el jardinero, quien en esa ocasión fungía como el desdichado sobre quien caía la traumatizante labor de corroborar la noticia que horas antes le había llegado a la mucama por medio del teléfono.

– Emilio-salía la chica de la cocina para reunirse con el pálido personaje- ¿Qué pasó?

– Son ellos…-respondía con desencajado semblante-los patrones realmente han muerto.

Manolo, terminó por caer de rodillas ante la confirmación de aquel menudo personaje de overol azul que no hacía otra cosa más que sostener ese sombrero de paja que usualmente utilizaba sobre su resplandeciente cabeza para resguardarse del sol, y que ahora, era utilizado en medio de una expresión de luto.

Me he encontrado con uno de los compañeros de trabajo del señor…él también acudió para corroborar la noticia…y me dio esto…-del interior de ese bolsillo que sobresalía de su pecho, el hombre saca las llaves de un coche, las cuales, no tarda en entregar a ese chico que devastado, se mantenía de rodillas sobre la alfombra.

– ¿Qué es esto, Emilio? -levantaba su llorosa mirada.

– El amigo de su padre me dio esto…

– Son las llaves de un coche, ¿Por qué me las das a mí? -preguntaba con desconcierto, sabiendo que esa entrega resultaba ser más que inoportuna.

Porque son de su auto…el auto que su papá tenía planeado darle para su próximo cumpleaños…ese hombre me dijo que el señor le había pedido con mucha discreción que guardara su regalo, hasta que el momento de entregárselo llegara.

Era el auto que usted siempre había querido…

Sus manos temblorosas, sujetaban las llaves; sin poder creer lo que estaba ocurriendo. Sentía que estaba por enloquecer. Su capacidad casi extinta de raciocinio, solo lo llevó a arrojar esas llaves lejos de sí. A huir de esa escena que tan solo ansiaba, fuese la continuación de esa pesadilla. Manolo, se encerró en su habitación, enfermó de miedo. Se sentó en el suelo, frente a su cama. Ahogado en culpa y en sufrimiento; el adolescente, esperó la hora para volver a realizar el ritual por última vez. Aunque sus motivos para llevarlo a cabo, ya habían cambiado. Llevándolo a quebrantar las indicaciones que Orna le había dado, acudió a ese parque solitario, con ese manuscrito y los elementos necesarios entre sus manos. Siguió al pie de la letra los pasos antes ejecutados, con la única diferencia de que esta vez, invocaría a un demonio de poder muy superior. Su dolor, era tan grande que lo llevaron a querer manifestar al ente supremo. A la fuerza demoniaca de mayor auge en el infierno; Satanás.

El equilibrio que debía reestablecer, fue una razón desechada por su cabeza, pues su deseo, se inclinó hacia un decreto mucho más macabro.  

– Quiero que mis padres regresen…

– Quiero que mis padres vuelvan…

El último manifiesto se hizo, seguido de la señal que siempre solicitaba, como promesa de que su deseo se volvería a cumplir. Esta vez, no hubo un relámpago; ni una señal que él hubiese podido esperar. En su lugar, comenzó a presentarse una respiración. Una respiración caliente y con un penetrante olor a azufre que poco a poco se acercó a su cuello. Su mirada, cristalizada por las lágrimas y por la locura, se mantenía en el suelo, lejos de ese ser que definitivamente lo contemplaba de cerca. Que se mantenía junto a él, mientras gruñía y desplazaba con sutileza una afilada garra sobre su mentón. Sus párpados se cerraron, esperando que ese ser se alejase. Con el paso de los minutos, se percata de que los gruñidos se alejan, así como ese calor pestilente que pegaba contra su cuello. Sus ojos, se abren, considerando ese encuentro demoniaco como la garantía que necesitaba para regresar a casa.

El saber pedir es un hecho subestimado por el ser humano, sin tomar en cuenta que en realidad puede ser un don, o también una condena. Esa pequeña arma mezclada con brujería mal ejecutada, puede resultar ser más mortífera que dar un sorbo de cianuro. Y es que, hay tres cosas con las que la brujería no debe involucrarse y esas son; el tiempo, el amor y la muerte. Intentar alterar el curso de alguno de estos aspectos, puede desencadenar cosas que ni en tus peores pesadillas podrías ver.

Manolo, utilizó uno de los recursos prohibidos, alterando nuevamente el equilibrio natural. Pasaron dos días de ese ritual, pero desde esa madrugada, el chico se negó a dormir y apartarse de ese sillón sobre el que pacientemente esperaba a que su hechizo se manifestara. Los empleados de la casa, se marcharon ante el extraño y perturbador comportamiento de ese adolescente. Hasta que al final, este terminó por quedarse solo.

Una vez más, y pasadas algunas semanas, el chico convencido de que la brujería esta vez lo había abandonado, se dispuso a encerrarse en su cuarto. Esperando a que la locura y la soledad terminaran por consumirlo. Las noches dentro de esa casa, eran doblemente oscuras, debido a que, por falta de pagos y descuidos, la luz había sido cortada, así como cada uno de los servicios básicos. Contribuyendo a que al aspecto de tan lujosa morada, se volviese lúgubre.

Las semanas, continuaron con su transcurso y la ausencia de Manolo se prolongó más de lo que sus amigos habían pensado. Su banca, seguía solitaria y sin ningún indicio de que dentro de poco volviese a ser ocupada. Rayan y Sebastián, ante la intriga de lo que sucedía, optaron por hacerle una visita a su amigo, sin tener en claro si hacían bien, tomando en consideración que la muerte de sus padres había sido un gran golpe para él y que lo que probablemente querría, sería estar solo.

– No estoy muy seguro, Sebastián; quizá deberíamos darle un poco más de tiempo

– ¿Más tiempo?; Manolo ya ha faltado demasiado a clases. Además de que han pasado semanas desde la última vez que hablamos con él-respondía el joven, ingresando al jardín principal de la solitaria y descuidada casa. 

Maldición, ahora veo que los rumores eran ciertos. Esta casa se ha vuelto un basurero.

Los dos adolescentes, se aproximan a la puerta principal, percatándose que esta se encontraba sutilmente emparejada. Ante el temor de que Manolo se encontrase en aprietos, entran rápidamente siendo recibidos con un fuerte olor a podredumbre y con una escena que los dejaría visiblemente perturbados por el resto de sus días. El cuerpo cadavérico de Manolo, permanecía sentado en ese sillón, con esos ojos marchitos fijos sobre la puerta, y con la boca desencajada, como parte de una mueca de absoluto terror. Su piel verdosa y sus huesos saltones, tan solo eran un pequeño indicio del largo tiempo que el chico llevaba muerto. Sus manos, aferradas sobre los apoyabrazos, a tal punto de que las uñas se habían quedado incrustadas. Sus dedos estaban deformes, completamente rotos, como muestra del intento que Manolo había hecho para amortiguar esa desconocida pero fuerte impresión que lo había asesinado. A los pies del chico, yacía un llamativo collar de perlas, el cual, Sebastián no tarda en recoger.

Ante el hallazgo, los adolescentes llamaron a las autoridades correspondientes para dar anuncio. En cuestión de horas, la casa se vio rodeada por policías, y camilleros que ya sacaban envuelto el cuerpo putrefacto. Ante el llamado, algunas de las mucamas, así como algunos miembros del personal que durante tantos habían laborado para aquella familia adinerada, tuvieron que hacer nuevamente acto de presencia para rendir sus respectivas declaraciones.

– No puedo creer que esto esté pasando…-exponía Rayan con el rostro lloroso-no puedo creer que Manolo…

– Basta-le interrumpía Sebastián-no lo digas. Yo la verdad es que sigo sin poder procesar lo que vi.

– ¿Cómo es que Manolo murió de esa forma tan horrible?

Inés, quien se veía trastornada por lo que acababa de presenciar, sale de la casa presurosa; queriendo olvidar cada una de las preguntas que se le había hecho y que tanto daño le causaron.

– Señorita Inés, ¡ESPERE! -corría Sebastián hacia la mucama-lamento importunarla. Sé que esto es muy difícil para usted, pero…solo quería darle mi pésame.

– Yo sé cuánto es que usted quería a esta familia…

– Eran muy buenos. No merecían este final-respondía entre lágrimas-ha sido una impresión terrible ver al niño Manolo así.

En un descuido, los ojos intrépidos de la chica se posan sobre ese collar que Sebastián sujetaba entre sus dedos.

Disculpa, niño; pero, ¿Qué haces con eso?

– ¿Esto? -le mostraba el collar, notando que la mucama retrocedía temerosa-en un momento se lo entregaré a la policía. Es solo que me llamó la atención, lo descubrí muy cerca de Manolo.

– Pero es que…-le arrebataba la joya de las manos-es imposible…esto no puede ser…

– Este collar, pertenecía a la señora…a la madre de Manolo…-decía con pálido semblante- ¿Cómo es que llegó aquí?

– Seguramente Manolo quiso tenerlo consigo, ya sabe; para recordar a su mamá-insinuaba con gentil sonrisa.

No, es que eso no es posible…yo misma le puse ese collar a la señora el mismo día en el que la sepultamos. 

Ante la revelación, la sonrisa de Sebastián comienza a borrarse de sus labios, mientras que cientos de hipótesis se formulan dentro de su cabeza, sin que ninguna se aproximase a lo que verdaderamente ocurrió esa madrugada dentro de la casa de Manolo. La madrugada en la que su último deseo, se cumplió. 

De ese manuscrito que Manolo se encargó de liberar, no se volvió a saber nada. La tía de Sebastián se encargó de buscarlo por toda la casa del chico, pero nunca dio con él. Tantas personas entraron a esa abandonada mansión, que suponer que alguien lo pudo haber tomado, no sonaba disparatado. La gran interrogante que ahora era motivo de angustia, era saber en manos de quién había caído ese libro y lo peor, era intentar adivinar; ¿Cuáles serían esos deseos que navegarían por esa mente incrédula? 

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