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Son las tres cuarenta y siete de la madrugada, el sol ya ha iluminado la cresta de la montaña. Es la punta más alta, se ubica de frente a mi campamento. La vista es mucho más grande que la palabra impresionante. En su cara derecha el color del sol hace oro en la nieve y sus blancos son espejos de luz, tiene un sutil colorido naciendo entre las grietas, los puntos oscuros de la montaña, con el beso del sol se tornan rojizos.


Respiró esté frío deseando que el calor que da colorido a la montaña regale calidez a mis pulmones. Aquí la penumbra no se retira, estoy a unos tres mil metros de esa caricia. El frío pica los poros, corta las coyunturas, agrieta la unión entre los dedos, deja los pies indispuestos, obligados a responder a la pericia por la idea de buscar; se contrasta con aquella puesta de sol que desde arriba es absolutamente hermosa.


Pronto llegará la neblina anunciando que el sol bajará. Las fachadas de las tiendas brillaran con ese oro. Está mañana es una elegante dama con significado profundo. Tengo la confianza de la visita de las alpacas, se aparecen con sus ojos negros llenos de una mirada adormilada, con orejas atentas al menor peligro, se alertan y huyen sin mirar atrás.

Leal ha querido acariciarlas, se alejan definiendo su territorio, escupen, dominan, se asustan y se van; corren entre piedras, restos de hielo y nieve antigua, parecen esquiadoras profesionales, este es su mejor lugar.

Al pasar el inverno ellas tendrán de nuevo el lago y los pinos rectos regalándoles piñas y sombra.


Los rayos del sol se pegan a la punta de los pinos, las ramas se quedan con la luz; abajo en el piso, la tierra es oscura y lodosa, durante todo el año es una superficie mojada, no puede secarse por la abundancia del follaje. El único lago atraviesa toda la vista, es similar a una carretera de agua dulce que serpentea dejando lisos los bordes, es el río Grass, corre desde la montaña al desierto, es lo que los mapas nos muestran. Aquí no podemos ver esas arenas fósiles que el río visita.


Pasear en estás cumbres de pastos bajos y congelados, es olvidar las preocupaciones, poner pie entre los dientes; así se nombra a la junta de rocas. Leal es un ser de definiciones, él dice qué el nombre correcto es Diaclasas, eso lo desconozco, de geología solo entiendo que esté es el lugar que elegimos para refugiarnos.

Estás rocas han nacido con anchura, dejan ver sus afiladas puntas, dirigiéndolas a las estrellas, son similares a colmillos salvajes queriendo morder el cosmos. Las estrellas siguen apareciendo; cada noche que han visto mis ojos, parece tener más y más millones de brillantes estrellas, me significa un cielo único

¿A dónde se han ido las estrellas de mi pueblo?

En el no es posible divisar esta cantidad , será que las estrellas buscan cielos solitarios, cielos de silencio y se alejan del grito, del destello de la ambulancia, del estridente cañón portátil y de los vapores que opacan su brillo a nuestros ojos…


Este es uno más de los días de espera, seguimos aguantando, adaptándonos al clima. Leal quiere ser sepultado aquí entre estas montañas, es su voluntad; pero aun le veo fuerte, le quedan quizás dos meses y, él demonio nos habla con la frialdad del viento.


La noche nos alcanzó, bella, silenciosa y pensativa. Y ahí en un rincón del campamento, sin aposento murió. Lo sepultamos pálido como la muerte. Su corazón se había elevado al espíritu de los cielos estrellados.

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