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En el amor, que no está sujeto al agradecimiento, se desea inagotablemente el bien de la persona amada, como lo hace una mamá con su hijo, aun sin ser correspondida. En cambio, la amistad es esencialmente recíproca y en ella los amigos se dispensan mutua compañía, lealtad, confianza, empatía, simpatía, consideración y respeto. Nacida de la magia, la amistad es una de las cosas más difíciles del mundo para explicar; algo que no se aprende en el colegio. Pero, como dijo Muhammad Ali, “Si no has aprendido el significado de amistad, no has aprendido absolutamente nada”.

La amistad es tan escasa que termina siendo patrimonio valiosísimo, que precisa de cuidarse y salvarse con todas las fuerzas.

Y la abundancia de “amigos” que se ha creído poseer en la universidad, en el trabajo, el gimnasio y otros cursos de la vida no es sino un espejismo, una lista de nombres que van quedando como rastro de las etapas del pasado.

Así, apunta Aristóteles: “Quien es amigo de todos, no es amigo de nadie”. Aunque la buena elección de los amigos es una de las destrezas más importantes en la vida, pocos le prestan el debido interés.

Las amistades definen a las personas; pues el honrado no congenia con el delictuoso, ni el banal con el virtuoso; ni el sensato con el imprudente, ni el sabio con el demente. Sin embargo, curiosamente, resulta que escritores y cineastas han dado vida a las más significativas amistades dispares.

La novela dramática Of Mice and Men (De ratones y hombres), obra maestra de John Steinbeck, muestra la profundidad y naturaleza incondicional de la amistad. Quino creó la entrañable relación entre Mafalda -niñita centrada que ama a los Beatles, odia la sopa y espera la paz- y Felipe, niño tímido, mal estudiante y sin fuerza de voluntad. Con Don Quijote y Sancho Panza, Miguel de Cervantes dio a luz a la amistad más famosa de la literatura.

El primer acierto para conseguir un amigo es saberlo elegir.

Y una vez encontrado, es mucho lo que se necesita para saberlo conservar. “Felices los que saben vivir la amistad.” Mafalda. Resulta imposible construir amistades en donde hay deshonor; pues no habiendo dignidad, no hay cimiento; y no habiendo cimiento, no hay verdad. Por eso, quien desea una amistad no debe buscarla con el mezquino pues sus cortesías no son sinceras, ya que espera sólo utilidad y la apócrifa relación será tan efímera como una leyenda en la arena.

Conservar y fortalecer la amistad es labor delicada, como el arte. Es necesario tener un don; utilizar la voluntad y ejercer estrategia. Al amigo, incluso el bien –además de frecuentemente-, hay que hacérselo con inteligencia y en dosis moderadas. Crear una deuda impagable sitúa al amigo en un dilema. Ante la incapacidad para corresponder, olvida la gratitud y se siente resentido. “No hay peor enemigo que el amigo ofendido,” advierte Baltasar Gracián. Para Aristóteles hay tres tipos de amistad: de utilidad, de placer y de virtud.

Cuando los intereses, o la diversión o la hermosura llegan a pasar, mueren la primera y la segunda. La amistad de placer es común durante la juventud, etapa en que se desea lo que resulte divertido. Se buscará alguien con quien ir a fiestas, viajar, o compartir las aventuras del momento. Por eso, estas amistades surgen como un relámpago y se acaban de la misma manera.

La amistad de utilidad es común en la vejez, pues lo que se requiere es ayuda para sobrevivir. La verdadera amistad, la de virtud, es la que envuelve a dos personas que realmente se conocen, se quieren y son solidarias entre sí. Hellen Keller conmovió con este pensamiento: “Caminar con un amigo en la oscuridad es mejor que caminar solo en plena luz”.

Cuando no hay otro vínculo que la conveniencia, la relación se caracteriza por disgustos y reclamos porque no se ama a la persona, sino los beneficios que de ella se esperan obtener.

En la adversidad, son los falsos amigos los primeros en desaparecer. Y las sabias palabras de Epicteto de Frigia no dejan cabida al debate: “El infortunio pone a prueba a los amigos y descubre a los enemigos”. En la amistad, siempre uno de los dos es superior en algún aspecto: más inteligente, diligente, experimentado, culto o carismático.

Lo que cohesiona a ambos son los puntos de convergencia y la estima. Y en los libros o las pantallas, todos hemos atestiguado incontables historias sobre amigos – similares o distintos- que han recorrido juntos las cambiantes rutas de la vida.

Al crear Friends, Kauffman y Crane lograron una divertida y exitosa serie de TV que muestra las circunstancias cotidianas de seis amigos de la Generación X, quienes viven los unos para los otros, pero lo gratificante es ver cómo se comprenden, se apoyan y se logran perdonar.

Por su parte, la película Magnolias de acero muestra la amistad incondicional entre seis mujeres de distintas edades en una pequeña comunidad de Lousiana. Sueño de fuga (peliculón), señala cómo cooperar en un proyecto compartido puede generar resistentes lazos amistosos (además de ser el mejor ejemplo del dicho: “a los amigos se les conoce en la cama y en la cárcel”), y Antes de partir reseña la penetrante amistad forjada desde una relación conflictiva ente dos personajes antagónicos (blanco-negro, rico- pobre, insensato-razonable), sin algún aparente terreno común.

En Perfume de mujer, Charley y Frank vencen diferencias de edad y discordantes status quo, para establecer una estrecha amistad basada en el apoyo mutuo.

Otros amigos famosos son: Snoopy y Charlie Brown, Luke Skywalker y Han Solo, Robinson Crusoe y Viernes, Asterix y Obelix, Mutt y Jeff, Toby y La pequeña Lulú, Phileas Fogg y Passepartout, Sherlock Holmes y Watson, Gregory House y James Wilson, Buzz Ligthyear y Woody, Harry Potter y Ronald Weasley, Dominic Toretto y Brian O’Conner… y la lista se puede extender hasta que ustedes quieran. Ahora bien, si existe talento, la amistad puede originar un vínculo profundamente creativo.

Universalmente conocido es el caso de John Lennon y Paul McCartney. Una vez, Lennon comentó: “En mi vida solo he tenido dos amigos, Yoko y Paul”. Sin duda, sus composiciones reflejan el espíritu de su amistad.

La amistad entre Bill Gates y Paul Allen culminó con la fundación de Microsoft, el gigante del software, con 90 mil empleados en 105 países. James Watson y Francis Crick consiguieron descifrar la estructura del ADN, y Vincent Van Gogh logró continuar pintando gracias al apoyo incondicional de Theo, su amigo y hermano. Con el tiempo, los amigos llegan a ver con los mismos ojos, sentir con el mismo corazón y pensar con la misma mente, sin que ninguno de los dos pierda su identidad; pero sí enriquezca la del otro.

Los amigos quieren vivir siempre como amigos, y se las arreglan, organizando su vida, para compartir más, pues la amistad se extiende y se perfecciona con la intimidad. Freddie Mercury, quien es aún recordado por sus compañeros como amigo ejemplar hasta el último día, practicó en vida lo que predicó en su himno Friends Will Be Friends: “Los amigos seguirán siendo amigos hasta el final”.

Pero cuando los amigos cambian y dejan de ser y significar lo que solían ser el uno para el otro, no hay poder humano para lograr que la relación continúe llamándose amistad (por más que nos neguemos a aceptarlo).

Los títulos “hermano”, “hijo”, “padre” o “esposo” son vínculos genealógicos o consanguíneos; no sinónimos de amistad -dicho sea con todo respeto para aquellos padres que se levantan el cuello diciéndose amigos de sus hijos-.

Eurípides lo articuló con claridad: “Un amigo fiel, equivale a mil familiares.” La amistad es la expresión más sublime del amor.

Sin amor, no existe la amistad. Cicerón declaró que la importancia de la amistad es lo único en el mundo en lo que la raza humana completa está de acuerdo. La grandeza de William Yeats fue tener amigos (aquellos que toda la fortuna de El Gran Gatsby jamás pudieron comprar); Abraham Lincoln destruía a sus enemigos haciéndolos sus amigos; Bob Dylan ha utilizado la palabra amigo en 85 canciones. Y si logramos recordar el momento más glorioso de nuestra vida, recordaremos también al amigo que lo hizo glorioso.

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