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Tiempo. “El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla” reza una de las frases más icónicas de todos los tiempos.

A riesgo de sonar un poco exagerada, pero bajo juramento de palabra, puedo asegurar que la he odio repetir tantas veces que creo que perdí su sentido.

La primera vez que la escuché, si mi memoria me permite recordar, fue en sexto de primaria.

Una tarde que mi maestra de historia (alias mi madre) recalcaba la importancia de su materia; si soy franca me maravillaba y maravilla su memoria, su análisis y su humor, pero nunca ha sido su fuerte eso de los discursos.

Recuerdo que lo dijo con toda la seriedad posible y nos pidió explicarla, siendo honesta no le tome importancia: ¿qué pueblo? (Me pregunté) Yo no soy un pueblo, ni vivo en un pueblo, yo soy toda una habitante de la zona cosmopolita del Estado de México, entonces no me incumbe y por ende quedó olvidada y guardada en el desván de mi memoria.

La segunda vez, fue hace unos años -no quiero entrar en detalles familiares- solo digamos que se dividía la conversación en dos bandos: izquierda y derecha, si, si tiene todo que ver con la cuestión política.

Los de derecha, acérrimos amigos de la levadura y los de izquierda, compadres de los gansos, daban unos golpes fuertes: cuestionarse sobre la economía, burlarse de la forma de hablar de sus candidatos, reírse del cambio de bandos, recalcar los gustos etílicos y hasta pelearse por una herencia de un vivo y por la procedencia de los vehículos de la familia, no recuerdo mi edad exacta pero estoy segura que Disney era mi pensamiento principal.

Ese día mi madre, cigarro en mano (su constante compañero) y con su pose distintiva gritó la frase protagonista. 

Recuerdo las caras de todos, algunos atónitos por su forma tan dramática de expresarse y sobretodo mi papá riéndose, como siempre, de sus hazañas  y de su temple.

Los de izquierda, más limitados de mente, maquilaban la respuesta más asertiva, se hizo el silencio y el jefe de los gansos después de romperse el cerebro preguntó ¿eso que tiene que ver?, mi madre más fastidiada que segura con un simple movimiento de mano ignoró la pregunta y sentenció aún más dramáticamente: “por gente como tú el país no avanza”

Después de ese día quedo en mi cerebro el vínculo: no avanzas- historia (un vínculo bastante raro ya que reconozco, que esta sentencia es el Dios te salve de todos los mexicanos) 

La tercera ocasión estaba sentada en la 3 banca de un templo de la enseñanza que comenzaba con un padre nuestro y terminaba con un amén.

Mi maestro de historia, un hombre verdaderamente peculiar y comprometido con el adoctrinamiento dijo la sentencia, aún recuerdo el tono y su cara esperanzada de que todos hiciéramos un acto reflexivo tan profundo que hasta el mismo Paz llegara a felicitarnos. Temo decir que fue en balde, pudiendo culpar a la indiferencia o la edad del imberbe, la frase no fue bien recibida. 

Recuerdo que intentó hacernos reflexionar y pensar en todos los momentos que nos sirvieran de explicación. Me gustaría decir que hice una gran introspección (para sonar un poco interesante) pero lo cierto es que no vino nada mi mente, lo sé, es patético y más cuando lo único que estaba en mi pensamiento era una black berry roja y la situación del país comenzaba a hacerse caótica.

La última vez temo decir que salió de mis propios labios, parada frente a un grupo de adultos de 19 años.

Me miraban concentrados como si yo tuviera la razón total, lo dije en diciembre, justo cuando el país parecía que se iba a romper por un cambio trascendental en sus filas, si, fue el momento en que ganó la izquierda o la derecha o la centro izquierda no lo sé. Regresando al punto inicial la frase salió cuando me preguntaron mi posición política. 

La última vez temo decir que salió de mis propios labios, parada frente a un grupo de adultos de 19 años. Me miraban concentrados como si yo tuviera la razón total, lo dije en diciembre, justo cuando el país parecía que se iba a romper por un cambio trascendental en sus filas, si, fue el momento en que ganó la izquierda o la derecha o la centro izquierda no lo sé. Regresando al punto inicial la frase salió cuando me preguntaron mi posición política. 

No, no estoy a favor de la apatía o la falta de carácter sino que Parece que el conocer su historia significa recitar años de rivalidad ideológica -con esto no me refiero zurdos vs diestros, sino a blancos unidos con negros en contra de los grises- parece ser que estamos en un mundo que no existen los centros, en donde los lados nos han absorbido.

Al recitar a la protagonista en mi clase observé la cara de mis alumnos tratando de comprender a qué me refería, no, no pretendo ganarme el Global Teacher, simplemente lo dije en voz alta para reflexionar un poco.

Es obvio que a través de los tiempos se han repetido los mismos acontecimientos en las ciudades y parece que no escarmentamos. Ya lo decía Huxley: 

“Quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”

Lo cierto es que nunca aprendemos de la advertencia o el acto, con esto no solo me refiero a el pueblo, la política, economía o el manejo ambiental, si no a el individuo y sus costumbres: en el uso como escudo del cigarro, los hielos o el alcohol, en la forma de enseñar o refutar y hasta en la manera de guardar silencio.

Si mi madre, mi maestro de historia o el líder de los gansos me hubieran dicho que la respuesta a una pregunta tan básica como ¿a quíen le vas? marcarían el presente y mi forma de relacionarme con otros, seguramente hubiera asentido con la cabeza ignorando el comentario para años después no dar crédito de lo que está pasando.

Una frase, una herencia, una zona metropolitana o una ideología parece que marca por completo la vida ¿será posible que Confucio lo único que quería era resaltar el saber?, si no sabes quién eres, tú historia o tú vinculo con el mundo, entonces tal vez alguien más vendrá a definirte, a corromperte o etiquetarte como fiel seguidora o como la peor de las enemigas.

Si comprendiéramos cómo individuo nuestra historia y el papel que jugamos dentro de la sociedad, tal vez sería más fácil la convivencia. No existirían peleas por procedencias o herencias, no se levantarían falsos testimonios (y con eso nos ganaríamos el cielo), no fingiríamos hacer introspecciones y reflexiones que nos lleven al Nobel, no atacaríamos al otro por no pensar igual que uno y sobretodo los grises podrían vivir sin el constante miedo de volverse blancos o negros.

Chamin Correa, el último caballero del romanticismo
Ciudad Juárez, la ciudad del olvido.

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